La importancia de la memoria para la vida intelectual
“El desarrollo verdadero es el del hombre en su integridad. Se trata de hacer crecer la capacidad de cada persona a fin de responder a su vocación y, por lo tanto, a la llamada de Dios”.
Este hombre íntegro abarca también la vida intelectual, un don dado por Dios para poder amarlo con más fuerza.
En todos los momentos, estamos aprendiendo, por eso necesitamos memorizar algo que leemos, estudiamos, oímos o con lo que estamos teniendo contacto. El estudiante es aquel que ejerce una actividad extremadamente intelectual, por eso es importante saber estudiar bien, entender cómo y por cuáles medios se llega al éxito intelectual o, por lo menos, cómo puede mejorar sus acciones en relación a lo que ha estudiado.
Aquel que tiene una vida de estudios intensa o hace de sus días de trabajo intelectual su vocación, necesita saber que la vocación intelectual requiere una profundización continua y un esfuerzo metódico. Se puede utilizar el ejemplo de los atletas deportivos, que sufren privaciones, duros entrenamientos, haciendo esfuerzos incluso sobrehumanos, de forma semejante son los atletas de la inteligencia.
El fraile dominicano Sertillanges dice lo siguiente sobre la actitud de quien estudia:
“Este último estado de espíritu es un llamado. Implica una resolución grave, porque la vida de estudio, al ser austera, impone duros encargos. Paga, y abundantemente, pero exige una entrada de capital de la que pocos son capaces”.
Algunas actitudes que veremos a continuación son fundamentales para que puedas crecer intelectualmente.
¿Qué necesito guardar?
La memoria tiene la función de guardar los elementos que han sido estudiados, leídos o fruto del trabajo del espíritu. Sin embargo, es importante saber que debemos retener en la memoria lo que nos es útil. Sertillanges escribe así:
“Cada cual debe empeñarse en mantener bien vívido en la memoria y disponible para el primer requerimiento lo que constituye la base del trabajo, lo que, por este motivo, las personas nobles de su profesión conocen”.
Es sabido por muchos intelectuales que el exceso de información en lugar de ayudar, dificulta y, muchas veces, no es nada útil. Muchas personas son capaces de cantar o recitar canciones enteras o largos pasajes de obras que son de su agrado y afecto, sin embargo, son incapaces de entonar un salmo. ¿Es verdad o no? Por lo tanto, vale también para el cristiano hacer, durante su día, en algunos momentos, recitaciones de pasajes que contengan la espiritualidad cristiana, porque lo que se graba en la memoria actúa con más facilidad en el espíritu, estimulando también su fe. Recordando lo que fue escrito arriba: la actividad intelectual es también una vocación.
¿Cuál es el orden que necesito guardar?
Antes que nada, necesitas entender que tu memoria no puede ser un caos. Necesita tener orden, para que su funcionalidad sea la mejor posible. De esta manera, no es interesante, como hemos aprendido anteriormente, guardar miles de informaciones sin que éstas tengan relación entre sí. Es más útil tener dos datos relacionados que veinte otros datos sin relación alguna.
Es necesario hacer relación del nuevo contenido adquirido con el conocimiento ya asimilado. Existe, en cada materia, ideas dominantes, que son clave para ese determinado asunto. Hay también las que gobiernan la vida, y es frente a estas que se debe invertir la mayor fuerza intelectual. Sertillanges describe al respecto:
“Conserva, antes que nada, las ideas maestras; presentes en el primer llamamiento, listas para iluminar todo lo que se te ofrece, a mantener en su lugar, a pesar de las nuevas contribuciones, las ideas antiguas, a desarrollar con ocasión de cada progreso […]”.
De este modo, no pasará que tu memoria sea un confusión, sino lo opuesto, que los datos queden ordenados y relacionados.
¿Cómo guardo lo que leo?
Para tratar cómo retener el conocimiento en la memoria, el maestro que nos enseña cómo hacerlo es santo Tomás de Aquino, que nos presenta cuatro reglas. La primera es ordenar lo que se desea guardar; la segunda es aplicar a ello el espíritu; la tercera es meditar sobre ello con frecuencia; y, por último, la cuarta es, en el acto de recordar, tomar por la extremidad las dependencias, que las demás seguirán.
Anteriormente, tratamos sobre el orden necesario sobre lo qué retener. Se vuelve difícil archivar en la mente innumerables palabras e ideas inconexas, por eso, cuando estas son archivadas se pierden entre tantas otras. Sin embargo, cuando son asociadas unas con otras, se han hecho relaciones, se vuelve un cuerpo homogéneo. Para retener en la memoria es necesario que estés atento a las ligaciones, las razones, los porqués, lo que sucede, y el orden de las ideas.
La aplicación del espíritu significa el esfuerzo de la atención. Cuanto mayor es la atención empleada, más grabado se queda en la memoria; repetir, en la intimidad, como en voz alta, lo que se dice; martíllalo en sílabas, con suerte podrás repetir lo que leíste o escuchaste, por el orden con que lo has fijado. Sobre la tercera regla, medita cuando fuera posible y cuando el asunto lo merezca, pues el tiempo tiende a borrar lo que ha sido grabado, de este modo se avivan, constantemente, los pensamientos útiles.
Por último, sobre el hecho de recordar, es aconsejable recurrir a aquello que une una idea con la otra, las impresiones, lo que, a su vez, une el pensamiento al otro que sirvió de base para formar la memoria. Con todo eso, notamos que lo importante no es la cantidad de información que mandamos a la memoria, sino la calidad, la manera como es ordenado y la habilidad de recurrir a ellas después. El fraile Sertillanges nos enseña: “Aprender no es nada sin la asimilación inteligente, penetración, concatenación, unidad progresiva de una alma rica y organizada”.
Que este artículo te ayude a organizar, grabar y formar mejor tu memoria, para que, de esta manera, saques el provecho necesario de ese don que Dios te ha dado, tanto para tu vida profesional como espiritual.
Por Fábio Nunes, Canção Nova
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