¿El futuro trae una sociedad casi liberada del trabajo?
Se está insistiendo últimamente en que el trabajo irá reduciéndose en las próximas décadas dado que las máquinas (la robotización en marcha) nos liberarán tanto de las ocupaciones mecánicas como de aquellas tareas especializadas que la Inteligencia Artificial (IA) puede resolver: diagnósticos médicos, cálculos financieros, etc.
Se dice que los horarios se reducirán, quizá la semana laboral se acortará. Aparecerán nuevas profesiones y desaparecerán muchas otras. Pensemos por ejemplo en el coche autónomo capaz de sustituir a numerosos profesionales del transporte.
Pero si se reduce el trabajo, ¿la riqueza se podría redistribuir dado que los robots no exigen sueldos? Esperemos que el resultado no sea un desempleo abultado y conflictivo sino una inmensa cantidad de tiempo de ocio a disposición de la ciudadanía. La inteligencia que nos acerque a la robotización debe pensar paralelamente también el nuevo modelo de trabajo y los nuevos modelos de ocio.
Si no es así la industria global robotizada se quedaría quizá sin los suficientes clientes a los que vender sus productos o experiencias. Entonces los conflictos no cesarían pues se podría generar una masa de población definitivamente excluida y a la vez lo suficientemente informada como para desplegar dinámicas como los chalecos amarillos en Francia, pero a nivel global. ¿Es esto lo que podemos esperar de la 4ª Revolución Industrial?
La distopía ya ha empezado. La estamos viendo en el creciente descontento social donde París es el emblema. Pero dejemos la utopía negativa (distopía) a vayamos una hipotética sociedad futura –casi utópica- que tecnológicamente es viable si los poderosos son capaces de ver y pensar el futuro desde todas las facetas posibles.
El nivel actual y, sobre todo, futuro de la técnica podría permitir que en las próximas décadas, todos, sin exclusiones, cuenten con un trabajo reducido y con mucho tiempo disponible por delante. Imaginemos, consecuentemente, que el progreso de la Inteligencia Artificial no excluyera la intervención de una Inteligencia Humana y Ética capaces de resolver el problema de un mundo hiper-robotizado. Y que finalmente nos encontráramos ante la posibilidad de realizar los anhelos personales de nuestras vidas con innumerables horas por delante.
Pues bien: este nuevo ocio debería ser humanista, porque si es pasivo y consumista no cumpliría su papel. Una sociedad en la que el tiempo libre se expande necesita un ocio entendido como un derecho humano. Una sociedad casi liberada del trabajo exigiría un ocio activo, social e inclinado al encuentro, a la satisfacción de los propios proyectos, donde la necesidad de la vida social sería irrenunciable.
Este tiempo libre sería el nuevo trabajo y ocuparía seriamente nuestro tiempo para darle sentido a la vida. El significado vital estaría en elegir y protagonizar el mejor ocio. El ocio aislante, el ocio puramente consumista sería agotador y generaría dinámicas exasperantes cuando no adictivas.
Pensemos en gente que no cesa de consumir series televisivas, en streaming, una detrás de otra sin interrupción. O gente padeciendo trastornos adictivos en relación con el excesivo juego de apuestas digital o con los videojuegos online: sería una contradicción. La pasividad los aislaría del nuevo objetivo: la ineludible necesidad de llegar a ser la persona que despliega sus potencialidades sin depender de un trabajo de auto-realización.
La auto-realización se alcanzaría en la vida de ocio. Y los estudios sobre la sociedad del ocio crecerían: sus beneficios en salud, en bienestar vital. Tras unas cuatro horas cuatro días a la semana de trabajo encaminado a mantener la sociedad en marcha quedaría un ocio activo, compartido, de autorrealización y promoción personal.
Y como somos animales sociales este ocio debería ser protagonizado por personas y no por máquinas: personas que se relacionarían en la cultura, en el deporte, en la música, en las aficiones. Un ocio que no podría excluir la acción solidaria. Entonces la familia y los amigos quizás pasarían a un primer lugar: con mucho tiempo, el hombre, la mujer del futuro se ocuparía más del otro: hijos, abuelos y gente necesitada por edad o enfermedad. Y el ocio quizá sería el ocio de una sociedad cuidadora donde los mayores y los menores no deberían estar solos.
Pues bien: ese ocio primeramente exigiría abundante formación. Formarse para las relaciones, para colaborar, para construir unas actividades nobles y reflexivas, atentas y solidarias elegidas por sí mismas. Tras nuestro trabajo de cuatro horas diarias, sólo es un ejemplo, emergerían campos de realización variadísimos que a su vez generarían una nueva realidad humana: no solo estudios y grados sino toda una nueva economía. Con sus propios trabajadores. No un negocio que maximizara el beneficio para unos accionistas sino unas instituciones donde el éxito sería humanizar la vida de sus clientes.
Y qué temas se tratarían en este ocio: cine y tertulias sobre cine, sobre literatura, lectura de poemas, teatro improvisado, deporte, el redescubrimiento de la naturaleza revisitada y esta vez sí respetada. Viajes, conocimiento y cultura. ¿Es posible?
Regresemos al presente. El futuro ya ha empezado. Técnicamente, materialmente, en el plano teórico, esta sociedad del ocio es viable. Exige encuentros, repensar la redistribución de la riqueza (¿cómo se posicionarán los más poderosos?), los impuestos, el mercado, el estado del bienestar. Hoy se habla, académicamente, de una progresiva implantación de una renta básica universal (RBU), también llamada renta básica incondicional (RBI). ¿Es viable?
El otro camino es la lucha por el poder en un todos contra todos: desde el enfrentamiento entre las potencias, las multinacionales y la lucha de los mismos gigantes de Silicon Valley, hasta la más nimia lucha en micro-poderes locales incluso cotidianos. ¿Se impondrá la razón humana o las dinámicas de poder?
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