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El Sermón de la planicie

Por José Francisco González González, obispo de Campeche

Seguimos en el tiempo ordinario de la liturgia. Poco a poco nos acercamos a la cuaresma, que inicia en el primer miércoles del mes de marzo, el día de la ceniza.

El evangelio de este domingo nos presentó la segunda parte del “Sermón de la Planicie”, o también llamado “Discurso de la llanura” (Lc 6,20-26), Jesús se dirigía a los discípulos (Lc 6,27-38). En esta parte, Jesús se dirige a “los que me escuchan”, esto es, aquella multitud inmensa de pobres y de enfermos, llegada de todos los lados (Lc 6,17-19).

Si Jesús dijo algo nuevo con la formulación de las bienaventuranzas, y lo que produce esa novedad es admiración, ahora nos sorprende con otra afirmación poco común en cualquier tipo de enseñanza: ¡Amen a los enemigos!

Las palabras que Jesús dirige a este pueblo son exigentes y difíciles: amar a los enemigos, no maldecir, ofrecer la otra mejilla a quien te hiera en una, no reclamar cuando alguien se apropia de lo que es tuyo.

Tomadas al pie de la letra, estas frases parecen favorecer a los injustos, a los amenazantes, a los que intimidan, a los que roban y golpean.

Son mandatos incomprensibles. Es sabido, por el propio Evangelio, que ni Jesús mismo dejó que el soldado le golpeara la otra mejilla. Le increpó y le dijo: Si he hablado mal, dime en qué. Y si no, ¿por qué me pegas? (Jn 18,22-23).

Entonces, ¿cómo entender estas palabras? Los versículos siguientes nos ayudan a entender lo que Jesús quiere enseñarnos.

La Regla de Oro es Imitar a Dios. Dos frases de Jesús aportan a la comprensión de lo que Él quiere enseñar. La primera frase es la así llamada Regla de Oro: ” ¡Y tratad a los hombres como quieran que ellos los traten!” (Lc 6,31). La segunda frase es: “¡Sean compasivos como su Padre celestial es compasivo!” (Lc 6,36). Estas dos frases muestran que Jesús no quiere invertir sencillamente la situación, pues nada cambiaría.

La novedad es amar a los enemigos

Sin embargo, quiere cambiar el sistema. Lo Nuevo que Él quiere construir nace de la nueva experiencia de Dios como Padre lleno de ternura que ¡acoge a todos! Las palabras de amenaza contra los injustos, violentos, amenazadores no pueden ser ocasión para que los pobres se venguen.

Jesús manda tener una actitud contraria: “¡Amen a sus enemigos!” El amor no puede depender de lo que recibimos del otro. No es tener la recompensa o retribución inmediata. El verdadero amor tiene que querer también el bien del otro, independientemente de lo que él o ella hagan por mí. El amor tiene que ser creativo, como escribió San Pablo VI en “Humanae vitae” pues así es el amor de Dios para nosotros: “¡Sean compasivos como el Padre celestial es compasivo!”.

Mateo dice lo mismo con otras palabras: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Nunca nadie podrá llegar a decir: Hoy he sido perfecto como el Padre celestial es perfecto. He sido compasivo como el Padre celestial es compasivo”. Estaremos siempre por debajo del listón que Jesús puso ante nosotros.

En el evangelio de Lucas, la Regla de Oro dice: “¡Y todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos” y añade: “Pues en esto consisten la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).

No todas las maneras religiosas de vivir tienen la misma Regla de Oro. Jesús va más allá del sentimiento humano de la venganza, del desquite, del resentimiento y del rencor.

Esta enseñanza, empero, no deja de reflejar un sentimiento profundamente humano y universal: Porque con la medida con que midas, se te medirá. “No juzguen y no serán juzgados, no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante. Porque con la medida con que midan se les medirá”.

Son cuatro consejos: dos de forma negativa: no juzgar, no condenar; y dos de forma positiva: perdonar y dar con medida abundante. Cuando dice “y se les dará”, Jesús alude a la forma cómo Dios nos quiere tratar. Pero cuando nuestra manera de tratar a los otros es mezquina, ventajosa, Dios no puede usar la medida abundante y rebosante que a Él le gustaría usar.

Celebrar la visita de Dios. El Sermón de la Planicie o Sermón de la llanura, desde su comienzo, lleva a los oyentes a optar a una opción a favor de los pobres. En el Antiguo Testamento, varias veces, Dios colocó a la gente ante la misma opción de bendición o de maldición. La gente tenía la libertad de escoger. “Te puse delante la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Escoge, por tanto, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Dt 30,19). No es Dios quien condena, sino que la gente misma según la opción que hará entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Estos momentos de opción son los momentos de la visita de Dios a su gente.

Lucas es el único evangelista que emplea esta imagen de la visita de Dios (Lc 1,68. 78; 7,16; 19,44; He 15,16). Para Lucas, Jesús es la visita de Dios que coloca a la gente ante la posibilidad de escoger la bendición o la maldición: “¡Bienaventurados ustedes los pobres!” y “¡Ay de ustedes, los ricos!” Pero la gente no reconoce la visita de Dios (Lc 19,44).

¡Buscad las bienaventuranzas y el Reino!

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