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La fortaleza del amor

Doña Chonita, de figura enjuta y endeble, suele madrugar para tomar su café fuerte con pan, complementado con algún otro bocadillo; para luego lanzarse en el trajín de la limpieza y orden de la vieja casona que heredó de su fallecido esposo, en la que ha acogido junto con los nietos a una hija viuda; y en la que a diario recibe la contínua visita de otros cinco hijos y familiares que entran como por su propia casa.

Lo hace tarareando viejas canciones, dispuesta siempre a dirigir una sonrisa a quien se cruce con ella. Suele descansar por ratos mientras fuma un cigarro de tabaco picante.

Es la matriarca de un numeroso clan familiar, con una fortaleza de carácter tal que mantiene unida a la familia a pesar de algunos desencuentros entre parientes, que la han hecho sufrir pero que finalmente fueron superados, más que nada por su ejemplo e influencia moral.

Cuenta Doña Chonita que en su humilde familia de origen no contaban con los servicios básicos de la modernidad, así que para ella, lo normal fue acarrear el agua desde un cercano río, cortar leña; fabricar jabón de lejía; cocinar en el fogón y un sinfín de cosas que suele narrar en anécdotas familiares; dejando en claro que para nada fue infeliz pues contó siempre con el amor de toda una extensa familia de padres, abuelos, tíos y primos que fueron su fuente de esenciales alegrías en las que aprendió a amar.

Recuerda sobre todo, cuando después de muchas lluvias, la creciente del río arrastró la pobre casa de sus padres con todas sus pertenencias, y cómo después de muchas dificultades pudieron sobreponerse con tesón, pues lo habían perdido todo, menos su fortaleza, su amor y su unión familiar.

Fue su gran lección de vida.

Aprendió así que los males que pueden poner en peligro la unidad familiar no son precisamente cosas como: quedarse sin trabajo, contraer una enfermedad o sufrir con los golpes de la naturaleza; sino defectos personales como el egoísmo, la pereza, el desorden, el mal trato y la falta de respeto.

Por ello, su mejor herencia fueron dos principios de vida para la familia que ella habría de formar.

Así que al enviudar decidió crecer en el amor,  pues había aprendido  que cuanto más se ama a la familia, más se quiere su bien, y cuanto más se quiere su bien, con más firmeza se está dispuesto a superar cualquier obstáculo que lo impida o ponga en peligro.

Trabajó duro, dándose tiempo para cuidar enfermos hasta el desvelo, confortar afligidos; compartir alegrías y tristezas; acompañar soledades; compartir  su casa y su pan. Con una entrega generosa, plena, sin cálculos ni limitaciones, y cuando más le costaban las cosas era para ella el momento de “amar más” a través del propio vencimiento.

No dejó de reclamar frontalmente vicios o debilidades a algún miembro de la familia o una actitud que pudiera ser cobarde, evasiva o indiferente con los demás. Les exigió en cambio más firmeza en ser justos, honrados, templados, generosos, sinceros, pacientes, laboriosos… más unidos.

Y tarde o temprano logró cambios en las actitudes equivocadas de más de uno, sin causarle vergüenza el enmendar errores.

La familia de Doña Chonita se mantiene unida viendo unos por otros, y aunque los años a ella la van encorvando cada vez más, bromea con una frase que la describe muy bien: mientras me quede vida… ¡me doblo pero no me quiebro!

Del bien de la unión  brotan muchos otros bienes familiares: la solidaridad y mutua ayuda, la compañía y el consuelo recíproco, la confianza, la seguridad y la estabilidad del amor que se da y recibe en casa. Por el contrario,  cuando una familia se desune, el resto de los bienes que nacen  de la unión, también se pierden. La desunión engendra insolidaridad, desconfianza, soledad, el que cada uno solo mire para sí, conflictos y tristezas.

En su sentido más profundo, “el verdadero bienestar” de la familia, es su unión.

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