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Hombres, padres… No te engañes: ¡Si quieres, puedes!

Seis y media de la mañana. Mi mujer, Mariví, se va a trabajar.

Siete menos cuarto. Mara, mi hija pequeña, que tiene siete meses, empieza a balbucear. Poco a poco va incrementando el llanto. Tiene hambre. Al mismo tiempo Ada, mi hija mayor que tiene dos años y seis meses se acaba de despertar. Escuchó a su hermana. “¡Mamá, Papá! ¡Mamá, Papá! ¿Donde está Mama?”, me pregunta. “Se ha ido a trabajar hija, como todos los días”, le contesto. “No me gusta”, asegura. “A mí tampoco”, pienso en voz alta. Comienza la locura.

Siete y cuarto. Biberón, desayuno, cambio de pañal y de ropa de Mara. Acabo de terminar de darle el biberón a la pequeña, ya está cambiada… Decidió que no era suficiente y ha hecho caca. Vuelta a empezar.

Siete y media de la mañana. Acabo de terminar de darle el desayuno a la mayor. ¡Hoy hemos tenido suerte y es un buen día! Le gustó la camiseta y el pantalón que le pongo, aunque quiso elegir los calcetines y el abrigo. “¡Yo quiero elegir…!”, me dice… Negociamos y como siempre… ¡ella gana!

Ocho y cuarto de la mañana. Todo parece en calma. Una esta en la hamaca y la otra juega. Aprovecho para hacer las camas, recoger y ordenar un poco. De repente, la mayor… comienza a gritar: ¡No quiero ir al cole! La pequeña se asusta y llora. Se acabó la serenidad. Vuelta a negociar. Mucha paciencia, mucho tacto. En esto soy inflexible…cuesta pero… ¡siempre gano!

Ocho y media de la mañana. Mara en la mochila “portabebés” y Ada en su carro. Me dispongo a salir de casa. Contengo la respiración… ¡que todo vaya bien! Las mismas rutinas de siempre. Enciendo la luz del portal, llamo al ascensor y salimos de casa. El recorrido de costumbre…no quiero escuchar el ya famoso… ¡por aquí no, papá! Mara se ha dormido y Ada va contándome cómo va a ser su día.

Nueve y cuarto de la mañana. Por fin, las niñas ya están en la escuela infantil. Vuelta a casa y comienzo a trabajar.

Esta es mi comienzo del día y cuando suelo contarlo, alguno pone cara de compasión. ¡Son muy pequeñas! ¡Ya pasará! ¡Son rachas!, me dicen… No, por favor no lo hagáis. No digáis esas cosas: ¡¡¡¡Es lo mejor del día!!! ¡¡¡¡Es cuando mejor me siento!!!! 

Otros ponen cara de satisfacción ¡Vaya padrazo! ¡Qué tío! ¡Qué valiente! Tampoco lo hagáis… no soy ningún héroe. Ni mucho menos un santo. ¡No me siento ni más ni menos padre! ¡Ni mejor ni peor persona! Simplemente en la corresponsabilidad del hogar y la familia es lo que, por suerte, me toca hacer. 

Hay todavía mucho que andar en la corresponsabilidad, en la educación de los hijos, su cuidado y el hogar por parte de los padres. Ya somos muchos, cada día más, los que llevamos a los hijos al colegio, los recogemos y bañamos. Los que hacemos las cosas de la casa, los que ponen lavadoras y plancha (algunos doctorados en cuestiones del hogar) y lo más importante, lo llevamos a cabo con total naturalidad.

Aquí tienes un ejemplo de lo que os cuento. Es posible: No te engañes…¡Si quieres, puedes!

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