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¿Cuándo tienes realmente poder? La chocante respuesta cristiana

El Reino de Dios se construye desde el servicio, desde la pequeñez, desde la impotencia. A Jesús lo acusaron de ser rey y por eso lo mataron: “Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: – Éste es el rey de los judíos”. Pero su reino no era un reino poderoso.

Escribía Chesterton que Jesús “no eligió como piedra fundamental al místico Juan, sino a un pillastre, un fanfarrón, un cobarde. Todos los imperios y los reinos han perecido a causa de su debilidad inherente y continua, a pesar de haber sido fundados sobre hombres fuertes y sobre hombros vigorosos. Sólo la Iglesia fue fundada sobre un hombre débil y por esta razón es indestructible”.

Es un reino que perdura porque está levantado sobre hombros débiles. Jesús eligió columnas frágiles. Como una custodia dorada, o de madera, o de barro.

Una custodia nunca es poderosa. Nunca es lo bastante grande como para contener a Dios. Una custodia, por mucho oro que tenga, nunca es suficientemente digna.

Como ese madero indigno sobre el que expiró Jesús. Ese madero que se convirtió en la cruz más sagrada. Lo que dignificó aquel madero fue el amor de Jesús. Lo que dignifica mi custodia es Jesús vivo en ella. Sin Jesús, la custodia no vale nada, no sirve.

Pienso que así es mi vida. Es poderosa cuando está llena de Jesús. Mi reino es poderoso cuando Jesús reina en él. Pero para eso tengo que adaptarme al camino de Jesús. Es el camino que pasa por la renuncia, por la entrega, por el servicio, por la generosidad, por la impotencia.

Es un reino pobre porque en él no manda el dinero, ni el poder de la fama, ni el poder de los cargos y títulos. Es un reino miserable a los ojos de los hombres. No hay oro ni piedras preciosas. Sólo brilla el servicio alegre y fiel. La vida entregada. La sangre de los que han derramado su vida por amor.

Ese reino no es noticia. Se construye en medio de la vida que se entrega. Es un reino de paz y verdad. Un reino de amor y vida. Es un reino en el que todos caben. No hay honores ni famas. En ese reino yo puedo estar sin tener que presentar ningún título. Pero para estar en él tengo que pensar como piensa Jesús y vivir como vivió Él.

Decía el papa Francisco: “Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes. Ir por los caminos siguiendo la locura de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo”.

Jesús desde la cruz me pide que no me conforme. Que mire la vida desde el prisma de la fragilidad, no desde el poder. Es una nueva forma de ver la vida. Una forma nueva de entender las relaciones.

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