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Cómo Tostoi desafió mi vida superficial

Si alguien me hubiera preguntado hace un mes si pensaba que llevaba una vida superficial, me habría tomado a broma la idea. Sin embargo, mi reciente y atenta lectura de La muerte de Iván Ilich, de León Tolstoi, me dio una bofetada en toda la cara y me sacó de mi actitud complaciente sobre a mi vida “auténtica”.

La muerte de Iván Ilich es la historia de un mundano juez de éxito que nunca reflexiona sobre la imperiosa realidad de su muerte hasta que se ve forzado a confrontarla cara a cara.

Un día, mientras cuelga unas cortinas en su cómodo hogar, Iván se cae de la escalera y se da un golpe en el costado contra la ventana. Al principio, Iván cree que no está herido, pero cuando empieza a sufrir un dolor constante en el costado y a sentir un extraño sabor en su boca, decide acudir a los más renombrados médicos para determinar si su dolor tiene cura.

Ninguno de los médicos es capaz de ayudarle.

Con el tiempo, Iván termina incapacitado, pero su sufrimiento no afecta a los miembros de su familia. Su esposa e hijos se engañan a sí mismos pensando que Iván simplemente está enfermo, y no muriéndose. Gerasim, al servicio de Iván, es el único personaje que le muestra compasión, se sienta con él todo el día y le sostiene las piernas sobre los hombros durante la noche para aliviar su incomodidad.

Postrado en el sofá, agonizante, Iván empieza a darse cuenta de hasta qué punto su vida ha girado en torno a las cosas equivocadas: amasar riqueza, decorar su hogar, socializar con “lo mejor” de la sociedad, jugar a las cartas y buscar su promoción profesional. Actuaba en interés propio y materialista. Cuando se enfrentaba con tensiones maritales y la muerte de dos hijos, utilizaba el trabajo y las escapadas sociales para huir de la vida difícil y dolorosa de su hogar.

La tragedia de la novela no es la muerte de Iván, sino la pasión con la que Iván perseguía cosas triviales y sin importancia en vez de las correctas, como el paraíso y las relaciones auténticas.

La novela aporta mucha esperanza, ya que Iván llega a recibir los sacramentos y muere redimido, pero a mí el libro me persiguió durante días después de terminar su lectura. Aunque me esfuerzo mucho en “hacerlo todo como es debido”, igual que Iván, también he acabado distrayéndome con cosas mundanas, en vez de abrazar la vida eterna a la que estoy llamada (Timoteo 6:13).

Y son muy variadas las formas en las que ignoro la vida auténtica y participo en una vida superficial. Me sucede siempre que:

Aunque quería ser crítica con la tendencia de Iván a trivializar el sufrimiento y buscar su propia comodidad, encuentro que soy tan culpable como él de las mismas cosas.

La vida es un desafío, incluso en la mejor de las circunstancias, y no soy inmune a mi deseo de querer escapar de las adversidades para crear situaciones “agradables y tolerables”. Pero la novela de Tolstói me ofreció un gran recordatorio: el de que una vida de calma, repleta de materialismo y relaciones frívolas no es lo mismo que una vida auténtica marcada por la compasión y la generosidad.

Va siendo hora de que me ponga a trabajar.

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