Así nos engancha “Juego de Tronos”: los 7 ingredientes de su éxito
Para muchos la serie no es más que el sueño de un friki hecho realidad: reinos imaginarios, peleas a mandoble de espada, parajes de fantasía, intrigas palaciegas, relaciones familiares algo más que tormentosas y por haber, hay hasta dragones.
Pero estos elementos no bastarían para atraer a la millonaria audiencia que ha logrado “Juego de Tronos” en todo el mundo. Hace falta algo más para que entre los fieles seguidores haya público de todo tipo. Y no podríamos circunscribirlo a su trasfondo de “culebrón épico-fantástico” o a la frecuencia con la que el sexo se erige en más que ocasional invitado.
El autor de los libros en que se basa la serie, George R. R. Martin, tiene tras de sí una larga trayectoria como autor literario y guionista de fantasía y ciencia-ficción. Con frecuencia los productores/editores le reprochaban la gran complejidad de sus trabajos, pidiéndole productos más sencillos, con menos subtramas enrevesadas y sin elencos de personajes casi inabarcables.
Un día decidió escribir una saga de novelas desoyendo esas peticiones y el éxito le está dando la razón.
Se ha argumentado que la inspiración de Martin es la Guerra de las Dos Rosas que tuvo lugar en Gran Bretaña en el s. XV y que los imaginarios Siete Reinos se corresponderían con la geografía de la mayor de las islas británicas. Pero más allá de la inspiración en episodios históricos y en una geografía tangible y real Martin reviste de tejidos medievales e intrigas palaciegas conflictos y enfrentamientos sociales, familiares, empresariales y políticos que podemos encontrar a nuestro alrededor.
Especialmente en lo referido a las intolerancias entre opuestos, la prevención (incluso con muros, aunque sean de hielo) contra la amenaza exterior o el cambio climático (“winter is coming”) al que nadie presta atención.
Naturaleza mutable, decisiones chocantes y evolución caprichosa son constantes en los personajes, y ante la complejidad que hace que un personaje “bueno” en ocasiones actúe “mal” y viceversa, las consecuencias de sus actos permite convertirles en atractivos porque nos parecen reales al alejarse de arquetipos maniqueos. Hay ocasiones en las que el espectador no es capaz de decidir si uno u otro personajes es “bueno” o “malo”. Y por ello debe seguir contemplando la serie para decidirlo.
La esencia de una serie de televisión debe ser entretener, y qué mejor para ello que un desfile constante de personajes variados que llegan, se forman ante nuestros ojos (o descubrimos sus características), cambian, caen y vuelven a levantarse… o desaparecen sin misericordia ante un padre (el autor) a quien no duelen prendas en sacrificar a sus “hijos” para hacer bueno el título de la canción de Queen: “the show must go on”.
Es casi imposible encontrar una serie (ni siquiera “Sexo en NY” o “Mujeres desesperadas”) que haya proporcionado tantos personajes femeninos tan complejos, variados, atractivos y en algunos casos libres (y hasta liberadores), especialmente cuando nos remite ambientalmente a nuestro Medievo, época en la que, según nuestros prejuicios históricos, la mujer no gozaba ni de lejos de las libertades y derechos de la actualidad. Aquí no son peones ni objetos sino verdaderos agentes capaces por sí mismas de construir su propio destino y el de los demás de una forma infrecuente en series televisivas.
La presencia del sexo es casi constante. En unas ocasiones (muchas) como motor de los impulsos que llevan a algunos personajes a actuar como lo hacen. En otros como medio, como fin, como premio o como castigo. Tampoco se duda en que la carne (sobre todo femenina) actúe en ocasiones como simple telón de fondo decorativo, que para algo estamos en un mundo donde todo vale.
Y fíjense que cuando decimos “todo vale” para algunos personajes esto es literalmente así: no hay barreras éticas o morales a su comportamiento, que en ocasiones puede escandalizar al espectador más sensible por la crudeza de los actos, y por cómo estos se muestran en pantalla.
Y retomando esa dualidad helenística de la atracción por eros y tánatos, todo lo expuesto en el párrafo anterior opera igualmente para la constante presencia de la muerte en pantalla, casi con las mismas justificaciones. Se dice de esta serie: “no te encariñes demasiado de ningún personaje”.
Es quizá una de las características más notables de la serie. No solo resulta prácticamente imposible predecir el rumbo de las tramas, sino que incluso los más hábiles adivinos errarán en sus intuiciones porque una de las premisas que parecen haber guiado a Martin cuando escribió la saga de novelas y a los guionistas es que todo es posible, todo puede pasar y ningún personaje es “sagrado”.
Finalmente, avanzábamos que habría siete razones y no nos resistimos a concluir que el verano que viene, cuando se estrene la siguiente temporada, podremos decir que esas siete razones son cada una de las siete temporadas que para entonces ya se habrán emitido.
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