Argentina: “Policía y política, tras la muerte del cura”
El Papa lo considera un nuevo caso María Soledad. Muy parecido al salvaje asesinato de una joven de Catamarca que sacudió el norte argentino en 1990 e hizo caer a una dinastía política de enorme poder. El reclamo por la misteriosa muerte del sacerdote Juan Viroche no se aplaca en Tucumán. Su familia, sus feligreses y no pocos obispos tienen una convicción: el cura no se suicidó, al cura lo mataron las mafias criminales. Ahora, por primera vez, esta certeza se puso por escrito en un reclamo judicial. Una denuncia que pidió que la causa pase al fuero federal porque la muerte “fue un asesinato”.
La presentación fue realizada este mismo miércoles en la capital tucumana por Gustavo Vera, presidente de La Alameda, la fundación que lucha contra el tráfico de personas y la delincuencia organizada. En el escrito, ese colectivo solicitó ser admitido como querellante y justificó la atracción federal del caso por involucrar a delitos de esa competencia: el narcotráfico y la trata de personas.
Aseguró que “sectores poderosos” pretendieron hacer pasar la muerte como un suicidio por supuestos amoríos de Viroche que nunca fueron acreditados. En cambio, vinculó la muerte con las denuncias a una zona liberada, por la Policía y los políticos locales, para la comercialización de estupefacientes, así como la existencia de una red de trata de personas, “la cual ultrajaba a niñas menores de edad, que eran drogadas y explotadas sexualmente en instalaciones inmobiliarias que pertenecen a la familia de una delegada comunal de esa localidad tucumana”.
La Alameda fue más allá y apuntó contra los hermanos Soria: Arturo alias “Chicho” y su mujer, Inés Gramajo, la delegada comunal, además de Jorge “Feto”. Este último ex integrante del “Comando Atila”, una banda que realizó torturas en tiempos de la dictadura militar y que después se recicló dedicándose al crimen organizado.
También mencionó a Luis Alberto Bacca, jefe de investigación de la brigada en la comisaría de La Florida, el mismo barrio donde se ubica la parroquia del padre Viroche, Nuestra Señora del Valle. En ese mismo lugar fue hallado su cuerpo sin vida, el 5 de octubre pasado.
Bacca vivía a 70 metros del templo y conocía al sacerdote. Él se encargó de sembrar la duda con respecto a su vida privada al declarar, bajo juramento, que había dejado de frecuentarlo por una “conducta lujuriosa” de su parte. Cuando el clérigo apareció muerto, él mismo “se hizo presente en el escenario de los hechos e intervino promiscuamente en la escena del crimen, sin contar con los recaudos mínimos exigidos por los protocolos policiales para preservar el lugar”.
Como en el caso María Soledad Morales, en Roma están convencidos que el reclamo por Viroche no se calmará fácilmente. En Catamarca, el homicidio de la estudiante desencadenó una incontable serie de marchas del silencio que desafió al poder. Aquella lucha por la justicia fue acompañada por Martha Pelloni, religiosa de las Carmelitas Misioneras Teresianas. De igual modo, cada viernes resisten, en San Miguel de Tucumán, las manifestaciones por el cura.
Aquellos acontecimientos de los años 90 impresionaron tanto a Jorge Mario Bergoglio, entonces ex provincial jesuita en Argentina, que comenzó a escribir algunas notas. Frases que desarrolló con más amplitud después, entre 1996 y 1998, durante su “exilio” forzado en Córdoba. Reflexiones que se convirtieron, años más tarde, en el libro “Corrupción y pecado”.
Por lo pronto, la prensa internacional ya puso la lupa sobre el caso Viroche. Este mismo miércoles 16, el diario italiano “Avvenire” publicó un reportaje titulado “Cura anti-narco ‘suicidado’, misterio en Argentina”. Firmado por Nello Scavo y Lucia Capuzzi, ofrece numerosos detalles y habla de un contexto relacionado con “dos ex agentes de inteligencia”: Antonio Jaime Stiuso y Raúl Martins.
En el artículo, un sacerdote cercano a Viroche revela que la camiseta con la cara del “Che” Guevara con la cual fue descubierto el cadáver no pertenecía al sacerdote. Y destaca su sugestiva firma: “Sepan los nacidos y los que están por nacer, nacimos para vencer, no para ser vencidos”. Frase que, en esta circunstancias, “parece un mensaje en código mafioso”.
Apenas unos 10 días atrás, el diario vaticano “L’Osservatore Romano” se hizo eco del caso con la nota “Sangre de los pobres”. Retomó un comunicado de la Comisión Nacional de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA). La primera declaración formal de los obispos del país sobre este tema destacó que Viroche “luchó con valentía contra las mafias que manejan el narcotráfico y que lo habían amenazado a él y a otras personas de su comunidad”.
Desde el inicio la CEA mantuvo una postura institucional. Apenas conocida la muerte emitió un comunicado exigiendo justicia y luego dio curso a la mencionada declaración, que denunció cómo las mafias “no dudan en amenazar y asesinar a cuantos consideran un obstáculo a sus mezquinos intereses”. Y agregó: “Por desgracia son ya muchas las víctimas en nuestro país”.
Más protagonismo han tenido los integrantes de la pastoral social y los curas villeros. Los delegados diocesanos de la Comisión Nacional de Pastoral de Adicciones y Drogadependencia, tras su más reciente encuentro, lanzaron el documento “Ni un pibe menos por la droga” en el cual pidieron declarar la emergencia en el país por adicciones.
“Por todas las muertes y tragedias familiares a lo largo de todo el país, por el padre Juan Viroche y todos los que dan la vida en esta lucha es que este equipo pide la sanción de la emergencia nacional en adicciones y reclama a todos los niveles del Estado, medios y religiones se comprometan en este reclamo, que no puede esperar”, indicó el texto presentado por el sacerdote José María Di Paola, el padre “Pepe”, emblema de los curas villeros.
Un escrito que presentó el fondo del problema. Como dijo José María Rossi, obispo de Concepción: “Más allá de las cuestiones que tienen que definir los investigadores, creo que la droga también mata a los curas. Y lo que sucedió con el padre Juan tiene que ver con esto”.
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