The Blacklist (T2): No soy el hombre que creen
«No soy el hombre que creen», canta Elton John en Rocket Man (1972). Y sigue: «Echo de menos a mi esposa. Creo que voy a estar un tiempo fuera antes de volver». Con esta mítica banda sonora, termina el finale de la segunda temporada de The Blacklist. Muchas cosas en esas últimas escenas, con la agente Keen descansando su cabeza sobre el hombro de Reddington mientras huyen de todo y todos. ¿Quién es esta esposa a extrañar? ¿Qué tipo de hombre es Red? ¿Quién es en realidad Liz? A la espera de la cuarta temporada de The Blacklist, repasemos la segunda, con más de un spoiler.
¿Hacia dónde va todo esto? Pues nadie lo sabe. El mundo de las series es así, siempre abierto. Panta rei. Todo fluye. Mejor en este caso: todo huye, o se nos escapa; sobre todo si hay que mantener veintidós episodios. Sabemos que hay mucha soledad de fondo, y un tono cada vez más siniestro. Crece la oscuridad por doquier, sobre todo gracias a la incorporación del guionista Daniel Knauf (Carnivale), rebuscado creador de pesadillas. Y lo agradecemos.
La serie tirará del fantasma de la Guerra Fría y de la teoría de la conspiración. La Cábala, o Hijos de Sión, será una organización supraestatal secreta con un poder político más fuerte que ese grupo secreto de Scandal o que el Sindicato de Expediente X. El truco de esta especie de asociación judaico-masónica es la corrupción, los asesinatos y el terrorismo de Estado. Casi nada… Hay que añadir que el Director es el director de la CIA, ese gran David Strathairn (Buenas noches, y buena suerte; L.A. Confidential). Y ahí que va ese duelo de actorazos: ¡un Spader renovado versus un Strathairn con muchas ganas!
La temporada sigue el éxito hallado en esa segunda mitad de la anterior entrega: tramas que sobrepasan al capítulo. No hay ya capítulos de relleno, ni casos que no aporten nada. Todo va encajando en un puzle inmenso. Incluso la relación cada vez más fuerte entre Red y Keen supera su posible parentesco.
Hay traca de la buena, y los guionistas pueden permitirse el lujo de quemar cartuchos y de hacer durar poco las sub-tramas (como la de ese Berlín que hubiese resultado cansino). Tendremos muchas incógnitas y grandes historias relacionadas con la inseguridad actual. En este sentido, habría que criticarle al drama su poco valor para entrometerse en los conflictos reales de nuestros tiempos, como el terrorismo islámico, que afrontó con valentía Homeland o State of Affairs (coetánea con The Blacklist en la NBC).
En esta temporada los pilares son el malo de Berlín, la cautividad de Tom (¡cómo iba a estar muerto!), el cáncer de Cooper, los secretos del Fulcrum, la adicción de Ressler, y el pasado de Liz. Vaya: que habrá que resolver algunos misterios. Pero como ocurre siempre aquí: un enigma te lleva a otro.
Keen se meterá en unos líos tremendos. Sí, conoceremos algo de ella, pero el conocimiento sin criterio lleva solo a la desinformación. Sabremos que Liz es Masha Rostova, hija de una de las mejores espías rusas del KGB; tendremos alguna luz sobre esa noche del incendio: la pequeña Masha disparó a su propio padre; y, ¡oh…!, eso nos llevará a concluir (provisionalmente, claro está) que Red no puede ser su padre.
«No soy el hombre que creen». Ni la mujer. Y todo ese conjunto de malos y de secretos públicos nos llevan a la inseguridad vital. ¿Qué dará certeza a nuestra vida? No sabemos si Red es una persona mala que hace cosas buenas o alguien bueno que hace cosas malvadas. Tampoco lo sabremos ya de Liz. Ni de Tom, o quien sea que es ese hombre que Keen tiene escondido en un barco, y que contrató en su día Reddington para cuidar a Liz.
El Fulcrum, un archivo con los crímenes de la Cábala, será menos de lo que esperábamos, pero dará cuerda para rato. Descubriremos que Liz tenía la llave del Fulcrum en ese osito de peluche de la noche del incendio. ¿Por qué ella? ¿La quería Red solamente por eso? Seguramente no, porque Reddington se fuga con Liz, después de que se conviertan en enemigos públicos. «Creo que voy a estar un tiempo fuera antes de volver».
The Blacklist sigue sin decepcionar, y madura. Boone dará un salto como actriz; también los secundarios irán cogiendo fuerza (sobre todo, Ryan Eggold, Harry Lennix, Mozhan Marnò). Tendremos mayor humor como contrapeso, con un elenco de frikis de la tortura y del espionaje como socios de Red. Es cierto que Red se hará más histriónico. Pero todo ello está al servicio de despertar en nosotros ternura y melancolía hacia él, y hacernos desear que haya una respuesta y una paternidad definitiva que nos saque de la imposible seguridad mundana.
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