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Cuando ayudar a tus vecinos te puede costar la vida

Con frecuencia escucho que deberíamos construir una “relación personal” con Jesucristo. He intentado comprender qué es esto, acercarme a esta relación con la intención de desarrollarla y acogerla en mi interior.

Pero no la siento como algo natural: Él es demasiado grande, y exigente, y la palabra “cruz” siempre surge por algún sitio.

Sin embargo, he descubierto mi propio modo de llegar a conocerle, y es bastante sencillo: a través de los santos, que tienen todos una cosa en común: todos lograron descubrir su camino hasta Jesús, a menudo no sin poco esfuerzo. Los santos entendieron bien qué debían hacer.

Y como mi objetivo es el mismo, recurro a ellos. Algunos dirán que estoy haciendo “trampas”. Yo digo que es más eficiente caminar tras los pasos de un santo que intentar abrirme paso por veredas que no sé muy bien dónde me conducirán.

Los santos ocupan mi “Salón de Ilustres Católicos”. Han señalado el camino con ejemplos de amor incondicional, humildad, paciencia, alegría, bondad y —en muchísimas ocasiones— un valor sin mesura.

Muchos de estos ilustres son bastante famosos, por supuesto, pero siempre estoy a la búsqueda de joyas ocultas con historias que no nos sean tan familiares, para así poder entablar amistad, conocernos mejor y pasar el rato juntos, por así decirlo.

Os voy a presentar a una familia santa que cumple los requisitos para formar parte de mi Salón de Ilustres. Se llaman Jozef y Wiktoria Ulma, pero como ya son amigos, los llamo Pepe y Vicky.

Mis nuevos amigos, Pepe y Vicky, vivían al sur de Polonia en una ciudad llamada Markowa. Pepe era bibliotecario, fotógrafo y apicultor. Era un miembro activo de la Organización de Juventud Católica. Vicky era 12 años más joven que su marido y juntos tenían seis hijos: Stanislaw, de 8 años, Barbara, de 7, Vladyslaw, de 6, Franciszek, de 4, Antoni, de 3, y Maria, de 2 años.

Durante el verano de 1942, la policía militar nazi empezó a deportar a las familias judías de Markow para mandarlas a campos de exterminio. Pepe y Vicky, buenos católicos de fe y amor en Jesús, sabían bien cuál era su deber. A finales del verano, aprovechando la oscuridad de la noche, metieron en su casa a hurtadillas a los vecinos judíos, la familia Szall: una mamá, un papá y cuatro hijos. Además de los Szall, había dos hermanas jóvenes de la familia Goldman. Los huéspedes permanecieron allí escondidos en la buhardilla de la familia Ulma durante un año y medio.

Entonces, un vecino resentido con la familia Szall descubrió el secreto y dio parte a los nazis de la actividad de los Ulma. En la mañana del 24 de marzo de 1944, el teniente Eilert Dieken condujo a sus soldados alemanes hacia la casa de los Ulma y la rodearon. No tardaron en descubrir a los dos adultos y seis niños escondidos.

Sacaron a los judíos a la calle y ordenaron a varias personas que presenciaran la escena como testigos. Uno a uno, todos recibieron un tiro en la cabeza y cayeron muertos. Luego el teniente Dieken ordenó que salieran Pepe, Vicky y los niños. Vicky estaba embarazada de su séptimo hijo y estaba a punto de salir de cuentas.

Dieken, disfrutando del poder que había recibido, puso a los niños Ulma en fila frente a su madre y padre. Luego les hizo mirar mientras sus padres, cogidos de la mano, eran muertos a balazos. Los chicos empezaron a gritar y uno de los soldados, Joseph Kott, pidió permiso para silenciarlos.

Dieken dio el visto bueno en seguida y, en cuestión de minutos, 17 personas habían sido ejecutadas. El último en morir fue el bebé de Vicky que, según se descubrió tras una exhumación, casi había nacido por completo mientras Vicky yacía en la tumba.

Parece mentira cuánto mal puede albergar el corazón de algunos.

Los Ulma y sus vecinos no eran diferentes del resto de nosotros. Tenían familia y amigos a los que querían. Reían, lloraban, disfrutaban bailando y cantando, abrazando a sus hijos y comiendo pasteles. Lo pasaban genial con un buen domingo de picnic y adoraban la Navidad y la Pascua. Como todos. Pero a ellos les arrebataron sin piedad alguna cada fibra de dignidad personal que había en su ser. El gran “crimen” de la familia Ulma fue querer a sus vecinos, sus prójimos, con el amor de Cristo.

¿Lo entendéis ahora? Necesito en mi vida a personas como Jozef y Wiktoria, mis amigos Pepe y Vicky, para que me enseñen el camino hacia Cristo. A ellos tengo que seguir, a través de la Comunión con los Santos veré las huellas que me marcarán la senda.

Posdata: Jozef y Wiktoria Ulma fueron declarados ‘Justos entre las Naciones’ por el Yad Vashem israelí en 1995; en 2003 la Iglesia católica de Polonia presentó en Roma su causa para beatificación y en 2011 fue completada.

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