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En Irak, cruces iluminan la noche para exorcizar el miedo

Estos son los dos pilares de la presencia cristiana en Alqosh. El primero, el sacerdote, destaca entre sus interlocutores por su alta talla, envuelta en una pulcra sotana negra. Combina con sus cabellos y su barba, ambos de color negro azabache, que evocan el perfil de un guerrero persa. El otro es un auténtico guerrero. Más menudo y fornido, de barba y pelo grises que contrastan con sus autoritarios ojos negros. Sin embargo, se muestra afable en presencia del padre Haram. Incluso saluda con un afectivo beso a su interlocutor, como es costumbre entre amigos en Oriente. Según asegura este coronel peshmerga: “Este cura es mi primo”.

El militar, kurdo, asegura la defensa de la línea de frente entre los yihadistas y Alqosh. El sacerdote, asirio, asegura con su autoridad y su presencia junto a los aldeanos que los cristianos aún tienen su lugar en sus tierras ancestrales, no hay por qué huir. En otros tiempos, kurdos y asirios fueron enemigos. Aquí, a 45 kilómetros al norte de Mosul, los cristianos recuerdan que los kurdos participaron en el genocidio de 1915. Pero también es cierto que los peshmergas kurdos han protegido a los cristianos contra Daesh, en 2014, evitando que la locura yihadista propagara su régimen del terror por el Kurdistán iraquí.

El coronel explica que el padre del sacerdote Haram fue profesor de su propio padre. “Gracias a él mi padre se convirtió en un hombre educado”, asegura. “¡Gracias a él, hoy soy coronel!”. Este hombre, que resiste en la primera línea de frente, tan frecuentemente atacada, se siente “orgulloso de proteger a los cristianos”. Hace algunos meses, Daesh se aventuró con una nueva ofensiva hasta apoderarse brevemente de Telskuf, otra aldea cristiana, que a día de hoy es un campo en ruinas habitado por militares atrincherados.


La aldea de Telskuf en escombros, ocupada por Daesh hace algunos meses. © Sylvain Dorient

En los confines de la llanura de Nínive


Interminables campos de cereales delante del santuario de Alqosh. © Sylvain Dorient

Alqosh se apoya en la cadena de colinas que cierra el norte de la llanura de Nínive. A sus pies, los campos segados de cereales, achicharrados por el sol, recuerdan a un desierto amarillo paja en el que la monotonía sólo es perturbada por las ruinas y los bastiones kurdos. Desde lo alto de sus colinas los aldeanos son testigos de los bombardeos; algunos de ellos participan en la defensa de su tierra incorporándose a las milicias cristianas. Todas las noches, además, iluminan grandes cruces sobre los destacados relieves que rodean sus casas. Afirman que vuelven locos a los yihadistas, porque pueden ver las cruces desde lejos, pero no pueden derribarlas. Imaginan a sus enemigos lanzando maldiciones contra ellos, “los infieles”, que viven bajo el símbolo de Jesús, su Salvador, el Príncipe de la paz, a sólo algunos kilómetros de su odio y de sus armas.


Todas las noches iluminan grandes cruces sobre los destacados relieves que rodean sus casas. © Sylvain Dorient

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