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¿Dios, descansar en mí?

Jesús va a descansar a casa de sus amigos: “En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra”.

Jesús entra en un aldea y Marta lo recibe en su casa. En otro pasaje del evangelio leemos que “Jesús amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro”. Era una familia a la que Jesús quería. Jesús añoraría su hogar, primero en Nazaret, después en Cafarnaúm.

Todos queremos tener nuestra alma en un lugar y dejar que eche raíces. Los olores, los recuerdos, la luz. Jesús echaría de menos su casa. Y al final del día, cansado, necesitaría lugares donde poder reposar.

Betania es, en medio del camino a Jerusalén, un lugar de descanso y de paz. Jesús descansa en aquellos amigos ante los que no tiene que hacer nada especial. Sólo compartir la vida. Sólo descansar y callar. Reír y pasar el rato.

No le exigen milagros ni palabras de altura. Sólo compartir el día. La comida, el descanso. Allí Jesús puede reclinar la cabeza. Puede estar en paz. Puede desahogar su alma. Esos tres hermanos son su casa. Son los suyos.

Muchas veces se dice que Jesús estaba en Betania. Fue su lugar de reposo los días previos a su pasión. Hoy es descanso en medio de su camino. Jesús camina entre nosotros. Marta lo recibe, lo acoge. Marta le dice siempre lo que piensa. Hay confianza entre ellos.

Me gusta esa confianza. Jesús quiere a esa familia y comparte la vida con ellos, reposa en ellos. Jesús descansa en los hombres.

Del mismo modo, Dios se detiene hoy a la puerta de la casa de Abrahám: “El Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: – Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol”.

Es un Dios que pasa ante mi puerta. Que camina. Que llega hasta mi vida y mi casa. Dios busca descanso en mí. Parece extraño. Normalmente soy yo el que busca descanso en Dios. Pero hoy es Dios el que busca descanso.

A veces pienso que tengo que hacer muchas cosas para llegar a Dios. Salir a buscarlo. Hacer cosas grandes porque mi vida es muy pequeña. Y hoy nos muestra Dios cómo es Él el que llega ante mi casa, caminando.

Se hace presente en mi vida, sale a mi encuentro. Y si quiero, lo puedo hacer pasar dentro. Y entonces mi casa cambia para siempre. Nada será igual desde que Dios entra.

Un pasaje del Apocalipsis dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo”. Es Dios el que busca al hombre y se detiene ante su puerta. Lo mismo hace conmigo. Y yo la abro, y dejo lo que estoy haciendo. Y salgo también a su encuentro.

Dios quiere comer conmigo. En Mambré. En Betania. Eso quiero para mi vida. Quiero que pase dentro, que no se quede en mis afueras, que entre muy dentro, en lo más profundo de mi corazón. Allí donde están mis miedos y mis deseos, donde está mi sed y mi niñez. Que entre. Y que lo cambie todo.

Que me dé vida y cumpla su promesa de fecundidad como lo hizo con Abraham. Que sea mi amigo como en Betania y le pierda el miedo. Que se quede allí donde soy quien soy y me sienta amado así.

Jesús siempre vuelve. Porque nunca se va, siempre llega de nuevo. Él busca un amor que acoja. Una casa con las puertas abiertas.

La hospitalidad es muy importante. Quiero ser hospitalario. Es fundamental aprender a acoger en el servicio. Aprender a acoger en el cariño.

Abrahám acoge en Mambré al mismo Dios. En Betania los tres hermanos acogen a Jesús. Mambré y Betania se unen en una misión común: ser hogar para Dios. Allí podrá descansar Dios. Allí podrá descansar el hombre.

No sé si mi vida se parece a Betania o a Mambré. Quiero que a Dios le guste pasear por mi alma enferma. Descansar allí donde yo mismo no descanso y me turbo. ¡Qué paradoja! ¿Cómo haré para que Dios descanse en mí que necesito tanto el descanso? Me aburgueso, me vuelvo tibio. Desnutrido, sin vida. Y ahí quiere Dios descansar, en medio de mi desorden.

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