Celam, la destrucción de la Creación es una forma de genocidio
Recientemente, durante su viaje a Armenia, el Papa utilizó el término “genocidio”, una palabra que a veces provoca una cierta agitación mediática en los medios de comunicación y en los ambientes diplomáticos. Francisco se refería al genocidio armenio, pero después habló de «otros» eventos que pueden compararse o que fueron incluso más intensos y que sucedieron después: los crímenes de Hitler, de Stalin y en Rwanda. Pero también hay «genocidios» menos evidentes, que pasan desapercibidos, como los que sufre el ecosistema, destruido sistemáticamente por poderes económicos y gobiernos, y en la misma categoría hay que incluir a las víctimas del tráfico de seres humanos, a los migrantes más vulnerables, a todos los que se ven afectados por la violencia dentro de sus casas. En un escenario semejante, la postura de la Iglesia, que defiende la vida, no puede ser «neutral».
Esta es la provocación que lanzó el Celam, el Consejo Episcopal Latinoamericano, en su último boletín, que comienza con un texto que parte de las palabras que pronunció el Papa en Armenia y también durante el vuelo de regreso a Roma; al conversar con los periodistas, Francisco explicó el sentido de lo que había afirmado durante su visita y planteó una pregunta tanto ética como histórica: ¿por qué las grandes potencias, los grandes protagonistas de la historia, no hicieron nada para detener las deportaciones de Hitler y después de Stalin? El texto publicado por el Celam parte justamente de estas palabras del Pontífice, para observar que, aunque «muchos prefieren el recurso del eufemismo, el Diccionario de la Real Academia Española señala que el significado de “genocidio” corresponde al “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”», por lo que los diferentes ejemplos indicados por el Pontífice, empezando por el de los armenios, con más que correctos.
Y si esto es cierto, prosigue el texto, «“Otros” genocidios tal vez han sido menos polémicos y quizá han pasado casi inadvertidos ante la opinión pública y las relaciones internacionales, como las nefastas consecuencias del extractivismo de recursos minerales, la contaminación ambiental y la extinción de ríos y especies en el bioma panamazónico, lo mismo que en los ecosistemas de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños, con la complicidad de los gobiernos, los políticos de turno, los “dueños” del mercado y de los grandes capitales nacionales y extranjeros, entre otros. ¡Cuánta vida “exterminada sistemáticamente”, día tras día, como consecuencia de tantos desastres ambientales irreparables. Lo saben las poblaciones nativas, indígenas, ribereñas, campesinas, afrodescendientes que perecen, “a cuenta gota”, enfermas, envenenadas… y lo sabe también nuestra Madre Tierra, nuestra “casa común”».
«Otros» genocidios, explica el Celam, son los que se relacionan con las víctimas de la trata de personas, con los migrantes más vulnerables, con las víctimas de la violencia que provocan el narcotráfico y la violencia doméstica, por citar solo algunos escenarios que afectan las vidas de miles de latinoamericanos y caribeños, «hombres y mujeres, de todas las edades, principalmente mujeres, niños y jóvenes… Ellos y ellas claman justicia, paz y dignidad». Por estas razones, se afirma en el texto, «la posición de la Iglesia a favor y en defensa de la vida, al lado de las víctimas, no puede ser, por tanto, “neutral”. Así, la misericordia se tiñe de compromiso, porque somos “discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida”, como se dijo y se reflexionó en Aparecida (en Brasil, ndr.), durante la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, en 2007».
En este sentido, el organismo que engloba a todos los episcopados latinoamericanos, cita varios testimonios y extiende la mirada a «otras regiones del mundo que sufren» y llama la atención sobre el crimen silencioso contra los sacerdotes, «exponiendo tres casos, dos en Africa y uno en Filipinas». Se trata de los casos del padre John Adeyi, vicario general de la diócesis de Otukpo, que fue secuestrado a fines de abril; su cuerpo sin vida fue encontrado en estado de descomposición en junio. También está la historia del padre Marcelino Biliran, de la parroquia de San Pedro apóstol, en Filipinas; al principio se dijo que se había suicidado, pero investigaciones posteriores desmintieron esta hipótesis y según la Iglesia local se trata de un asesinato.
Con respecto al padre Adeyi, don Sylvester Onmoke, apenas elegido presidente de la Asociación de los sacerdotes diocesanos de Nigeria, dijo hace algunos días a la Radio Vaticana que la corrupción y la avaricia que afectan a la sociedad nigeriana siguen estando entre las principales causas de los secuestros de los sacerdotes. El mal ejemplo que dan los políticos y los funcionarios corruptos que, ostentando sus riquezas obtenidas ilegalmente, impulsan a otros a tratar de obtener dinero fácilmente y con cualquier medio posible. Y a esto hay que añadir, según el sacerdote nigeriano, la frustración extendida entre la población debido al desempleo y a la falta de pago de los salarios de los trabajadores.
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