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No hay que usar a Dios para tapar agujeros

En los mitos antiguos, y en la mayoría de las creencias actuales, lo divino se presenta como "explicación mágica" del mundo natural. Los dioses son aquellos seres que deciden sobre la lluvia o la sequía, sobre la abundancia o la miseria. Cuando no están contentos, lanzan plagas sobre el pueblo y, en ese caso, es preciso cumplir varios rituales para contentarlos.
 
Esos dioses “humanizados” son verdugos de los hombres, pues no les ofrecen la libertad: sólo los esclavizan. Están siempre pidiendo algún agrado para no castigarnos con diversas plagas.
 
El Dios único y trinitario es muy diferente. En la zarza ardiente, Él reveló Su nombre a Moisés:
 
“Yo soy el que soy” (Ex 3, 14).
 
El Dios cristiano ya no es uno de esos falsos dioses usados para explicar los misterios de la naturaleza. Él es el Creador, que nos dio la inteligencia y nos sometió la creación (Gn 1, 28ss). El hombre, en la visión cristiana, ya no está esclavizado por los misterios de la naturaleza. Dios le dio el dominio sobre ella. Este mismo Dios es amor y misericordia: ya no le esclaviza, sino que para redimirle, llegó a ofrecerle a su propio Hijo hecho hombre.
 
A pesar de la superioridad absoluta del Dios de Abraham, muchos cristianos parecen querer disminuirlo atribuyéndole un carácter parecido a los dioses paganos.
 
¿Quién no ha oído hablar, por ejemplo, de que el Sida es una plaga enviada por Dios, o de que los terremotos fueron causados por Dios debido a la iniquidad del pueblo? Pensar de esta forma es “rebajar” a Dios a una mera explicación mitológica de los fenómenos naturales. Él deja de ser “El que es”, para convertirse en una divinidad castigadora, sin misericordia, que usa la naturaleza para castigar a los hombres.
 
En la teología cristiana, las cosas malas suceden porque nosotros nos apartamos de Dios, no porque Él se aparte de nosotros.
 
Y no es sólo en esos aspectos más banales en los que se disminuye el papel de Dios. En la teoría de la evolución, por ejemplo, incluso siendo ésta compatible con la revelación cristiana, hay quien intenta colocar a Dios en un papel más “activo”: según esas personas, la evolución acontece, si, pero en algunas etapas, es preciso que haya una intervención directa de Dios.
 
Esta es una tergiversación de la teoría del “diseño inteligente”. Sus defensores argumentan que algunos órganos, como el ojo, por ejemplo, no pueden ser explicados simplemente por la evolución. Sería necesario que Dios hiciese el ojo.
 
De hecho, la mayor parte de los biólogos concuerdan que la teoría de la evolución aún no está completa. Existen varios puntos abiertos, que no pueden ser explicados con los conocimientos actuales. Pero para los adeptos de esa reducción del diseño inteligente, los puntos abiertos son una prueba de que es necesaria una intervención directa de Dios; por consiguiente, estas lagunas serían una prueba de su existencia.
 
Pero usar a Dios para tapar agujeros de teorías científicas es una pésima idea.
 
Primero, porque la ciencia no es estática. Mañana explicará lo que hoy no se entiende. Es sólo una cuestión de tiempo. Así es como funciona el método científico: se va construyendo el conocimiento poco a poco. Cuando se vincula la existencia de Dios a un aspecto científico que hoy no se entiende, ¿ que se dirá de la existencia del Creador cuando la ciencia consiga explicar ese hecho?
 
Segundo, como ya dije antes, usar a Dios para explicar aspectos de la naturaleza es reducirlo a las deidades míticas antiguas. Dios es mucho más grande que eso.
 
En estos tiempos de debate sobre células madre, muchas personas se apresuran a decir que el hecho de no obtener resultados con las células embrionarias prueba que no deben usarse. Parecen querer decir que Dios permite resultados con las células madre adultas, pero no con las embrionarias, y que por esto no debemos investigar con estas últimas.

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