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¿Está el cine europeo vacío de ética?

De las últimas semanas rescatamos dos películas muy dignas que sí que nos  abren caminos de interés humano. Por un lado, Hipócrates, una película francesa  que ha tenido un gran éxito de público y que nos recuerda que estamos hechos  para el bien, pero que no nos damos cuenta hasta que no nos encontramos con  alguien a quien seguir. 
Hipócrates, del francés Thomas Lilti, nos cuenta la historia de Benjamin  (Vincent Lacoste), un joven médico que comienza su primer año de residencia  como internista, en el departamento en el que su padre es su jefe. Un día comete un  descuido con un paciente que lo llevará a una encrucijada entre hacer el bien y dar  la cara o entrar en una dinámica de cálculo y sospecha que le termina afectando. 
También como residente está Abdel (Reda Kateb) , un médico argelino con mucha  más experiencia, que de alguna forma será un espejo y referente paterno para un 
Benjamin inexperto y confuso. Con la historia de estos dos personajes tenemos la  ocasión de ver en acción cómo un código ético no se cumple y punto (moralismo)  sino que es algo que responde a un encuentro previo, en este caso, al de Benjamin  con Abdel. 
Con un ritmo ágil y un guión notable, Hipócrates afronta temas como: la diferencia entre eutanasia y alargar la vida de forma artificial, la necesidad de un  maestro para descubrir la vocación o, desde un punto de vista más laboral: la  importancia del lenguaje a la hora de delegar o trabajar en equipo y la necesidad  de una autoridad justa que ordene todo hacia el bien, también en el sector  sanitario. 
Otra propuesta artística que no cierra en falso la humanidad de los  personajes sino que la deja ser y respirar es Fuerza Mayor; una película suiza muy  interesante que nos relata a través de un imprevisto las heridas ocultas de un  matrimonio, que termina convirtiendo unas vacaciones de ensueño en alta  montaña y rodeados de nieve, en un momento límite de crisis matrimonial e identidad vital para ambos. 
Fuerza Mayor nos cuenta la historia de un matrimonio y sus dos hijos que se  van una semana de vacaciones a esquiar juntos. El padre tiene un trabajo muy  absorbente que ha debido de arrancarle muchas veces de su familia. Precisamente,  este viaje pretende justo eso, recuperar tiempo juntos.

Sin embargo, de repente 

mientras están comiendo en una terraza al pie de la montaña nevada, una  avalancha controlada logra alcanzarles generando un momento de tensión al más  puro Viven de Coppola. Justo en el momento del alud, el padre, en lugar de proteger  a su mujer y a sus dos hijos, decide huir para sobrevivir. 
En un instante, las deliciosas y esperadas vacaciones se convierten en un  terrorífico momento límite que hace brotar, por un particular, todo lo más hondo  que llevan dentro. Esta extraña anécdota se irá adueñando poco a poco de cada  uno de los personajes que tendrán que aprender a narrar heridas ocultas para ser  capaces de abrazar la humanidad del otro y perdonar. 
Una película con un ritmo más lento que la anterior pero llena de   humanidad en estado puro, a flor piel, especialmente en la figura del matrimonio  protagonista pero también en todos los secundarios, incluidos los dos hijos. 
El cine europeo, como cualquier otro, no debe pretender transmitir de  forma artificial códigos éticos concretos o forzar la expresión del sentido religioso  de los personajes: basta con mostrar su humanidad... En esta línea, Fuerza Mayor Hipócrates son dos películas interesantes que dentro del panorama europeo valía  la pena rescatar.

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