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Renovados en la esperanza

Por José Francisco González, obispo de Campeche

Van pasando los días, parecería que la esperanza se debilita y enflaquece como los ahorros familiares e institucionales, en estos tiempos de pandemia. ¡Vale la pena, una vez más, volver la mirada hacia la virtud de la esperanza!

La sencillez sabia de los corazones piadosos y santos, nos pueden dar luces en estos tiempos de nublados y de oscuridades. Por eso, recordemos una parte de la homilía del Santo Cura de Ars, Juan María Vianey, de hace más de 150 años.

“San Agustín nos dice que, aunque no hubiera cielo qué esperar, ni infierno qué temer, no por eso dejaría de amar a Dios […]. Si la fe nos enseña que Dios todo lo ve, que es testigo de cuanto hacemos y sufrimos, la virtud de la esperanza nos impulsa a soportar las penalidades con una entera sumisión a la voluntad divina.

“Sabemos, también, que esta hermosa virtud fue la que sostuvo a los mártires en sus atroces tormentos, a los solitarios en los rigores de sus penitencias y a los santos enfermos en sus dolencias. Si la fe nos muestra a Dios presente en todas partes, la esperanza nos impulsa a rezar todo lo que consideramos agradable a Dios, con la mirada puesta en una eterna recompensa. Ya que esta virtud contribuye tanto a dulcificar nuestros males, veamos en qué consiste esta bella y preciosa esperanza.

AGRADAR A DIOS EN TODO

“…Para lograr que nuestros actos sean dignos de recompensa se necesitan tres cosas; a saber: la fe, que nos hace ver a Dios como presente; la esperanza, que nos hace obrar con la sola intención de agradarle; y el amor, que nos une a Él como a nuestro sumo Bien. […] La virtud de la esperanza nos consuela y sostiene en las pruebas que Dios nos envía. Tenemos un gran ejemplo en la persona del santo Job. […] A pesar del miserable estado en que estaba, nunca dejó de esperar en Dios. ‘Dios mío, jamás dejaré de esperar en Ti, aunque me quitases la vida, no dejaría de esperar en Ti y de confiar en tu caridad, ¿por qué he de desanimarme, Dios mío, y abandonarme a la desesperación?’.

“… ¿Qué significa esta palabra: esperar? Es suspirar por algo que ha de hacernos dichosos en la otra vida; es el deseo de vernos libres de todos los males de este mundo; el deseo de poseer toda suerte de bienes capaces de satisfacernos plenamente.[…] Recordemos lo que nos dice el profeta Jeremías: Bendito el hombre que confía en el Señor (Jer 17). Recordad la parábola del hijo pródigo, que Jesús nos propone con tanto amor a fin de inspirarnos una gran confianza en su bondad” (Lc 15).

El sermón del santo francés es largo, se ve que en aquellos años había más paciencia hacia los predicadores. Sólo reportamos una frase dicha al final de su exhortación: “Hemos de pedir a Dios esta hermosa virtud de la esperanza, la cual nos impulsará siempre a ejecutar nuestras acciones sólo con el ánimo de agradar a Dios”.

¡Ven, Señor, en ayuda de nuestras debilidades!

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