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Heridas del pasado

Los cristianos tenemos esa certeza: el mal ha sido vencido por la bondad de Jesús

Por P. Fernando Pascual

La muerte prematura del padre o de la madre, o de un hermano o de un hijo. La noticia de la traición de alguien que pensábamos bueno. El accidente en una curva que nadie había previsto. La enfermedad tanto temida que acaba de dar señales de presencia.

En el camino de la vida muchos sentimos el peso de heridas del pasado. Son hechos o situaciones que pueden ser puntuales o que todavía prolongan sus efectos. Son penas que están clavadas hondamente en nuestros corazones.

Hay caminos y terapias para quienes han quedado como prisioneros de esos hechos que conservan, en el propio recuerdo, un efecto que provoca lágrimas, miedos, incluso depresiones.

Junto a esas ayudas, nos damos cuenta de que hay algo que depende principalmente de nosotros mismos: el modo de ver esas heridas que nos permita liberarnos de sus venenos para vivir el presente con serenidad, esperanza, paz.

No siempre es posible, pues algunas penas llegan tan adentro que parecen ya parte de nuestras vidas. Pero cuando vemos a familiares, amigos, conocidos, que han podido cicatrizar esos hechos y han recomenzado su trayectoria, percibimos que hay posibilidades también para nosotros.

Los males del pasado no podrán ser cancelados, pero sí resulta posible perdonar a quien nos hizo tanto daño, pedir perdón a quien ofendimos con mayor o menos conciencia, asumir una enfermedad o un luto como parte del camino de la vida.

Si, además, tenemos fe en Cristo, al contemplar su angustia en Getsemaní y al recordar su “derrota” en el Calvario, podremos unir nuestros dolores a los suyos para participar, ya desde ahora, en la victoria de la Pascua.

Los cristianos tenemos esa certeza: el mal ha sido vencido por la bondad de Jesús, existe perdón para el pecado, la muerte ha perdido toda su fuerza, la vida ha sido revestida de belleza, el odio quedó destruido gracias a la victoria del amor.

Las heridas del pasado podrán dañarnos con sus efectos, pero pueden ser curadas gracias a la entrega total de Cristo en manos de su Padre, gracias a la alegría, indestructible y duradera, de una mañana en Jerusalén que llamamos Pascua…

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 26 de abril de 2020 No.1294

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