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El Reino de los Cielos está cerca

Por José Francisco González González, obispo de Campeche

Con la fiesta de hoy, el Bautismo de Jesús, clausuramos el tiempo de Navidad, para dar paso al Tiempo Ordinario en la liturgia de la Iglesia.

Jesús es quien se acerca a Juan el Bautista. Juan llamaba a las gentes del pueblo a convertirse. La razón: El Reino de los Cielos está cerca. Jesús, pues, se hace bautizar en las aguas del Río Jordán. Dos cuestiones complican un poco la interpretación de este texto evangélico. Una de ellas es, al ser bautizado por Juan, ¿Jesús era inferior al Bautista? La segunda cuestión es: Si el bautismo era para aceptar y reconocer los pecados, ¿Jesús también tiene pecados?

Lo que queda claro es que Jesús se bautiza. Al salir de las aguas, sucede algo no común. Se aparece el Espíritu de Dios en forma de paloma, que desciende sobre Él. Además, se añade una voz, la del Padre, que dice: “Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco”.

Con estas manifestaciones inusuales, queda en claro que Jesús es el personaje “más fuerte” (palabras del Bautista) , quien va a bautizar, no con agua, sino con fuego y con el Espíritu Santo. El Evangelista Mateo nos da otro dato para ubicar esta escena bíblica. Cuando Jesús se acerca para el bautismo, Juan lo trata de apartar, asegurándole que es más Juan el que necesita del bautismo de Jesús.

El Señor le responde: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos lo que Dios quiere”. Así queda en claro, que Jesús no necesita ser bautizado; si lo hace es por alguna razón desconocida que lo empuja a actuar así. Juan, pues, no es ya el ‘bautizador’ de Jesús, sino el testigo que lo declara como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y que viene a bautizar con el Espíritu Santo.

El bautismo, para Jesús, es un momento decisivo. Va a ser el acontecimiento que provoca un vuelco importante en su vida. Él ya no volverá a sus labores artesanales a la pequeña población de la Galilea. Nazaret ya no será su lugar de residencia. De ahora en adelante, se dedicará, en cuerpo y alma, a una tarea de carácter profético que sorprende a todos.

Jesús comparte con el Bautista la situación desesperada del pueblo, que necesita de conversión radical para acoger el perdón de Dios. Ambos desean vivamente preparar al pueblo para el encuentro con Dios. Así, pues, la Alianza quedará restaurada y renovada, y la vida volverá a revestirse de dignidad.

EL BAUTISMO NUESTRO

El bautismo es imborrable. Pone en nosotros una marca indeleble del Espíritu Santo. Esa vocación bautismal nos llama a vivir de manera inmaculada y santa, gracias a la predilección divina desde toda la eternidad (cf. Ef 1,3ss). Por el Bautismo somos sacerdotes, profetas y reyes. Por el bautismo tenemos vía libre para el acceso a la Eucaristía. Por eso, si un bautizado no va a la Eucaristía, es como un chofer que no maneja; o como un músico que no toca el instrumento o como un deportista que no se ejercita.

Es muy importante prepararnos bien para el bautismo. A veces, damos la impresión de no cuidar bien este acontecimiento importantísimo. Parte del cuidado es la buena preparación de los familiares como del bautizando. Las charlas formativas (las llamadas popularmente ‘pláticas’), porque ellas nos ayudarán a profundizar el Misterio del Sacramento.

Cuidar la dignidad de la pila bautismal. Toda parroquia la debe tener. Elegir un nombre cristiano-católico para el niño o la niña. Ha entrado una moda de bautizar con ‘nombres’ muy raros, extraños, a veces impronunciables. El nombre indica la misión. Y poner bajo la custodia de algún santo al nuevo bautizado, es tener alguien que interceda por él, desde el Cielo.

¡Danos, Señor, tu Espíritu!

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