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Mucho más que cuatro velas y una corona

El Adviento —en latín adventus Redemptoris, o sea «venida del Redentor»— es el primer período del año litúrgico cristiano, y consiste en un tiempo de preparación para la celebración de la Navidad (con mayúscula).

A nivel mundial, la navidad (con minúscula) es ya la celebración más extendida de todas, pues se ha convertido en fiesta para la tercera parte de la humanidad.

Hoy se puede ser budista, taoísta, agnóstico, ateo, animista, etc., e igualmente festejar la navidad. En Japón, por ejemplo, donde la mayoría de la población se declara budista o bien sintoísta, la mayoría ya la celebra, convertida en una festejo ateo con muchas luces y mucho consumismo.

Aunque hoy, para la mayoría, prepararse para la navidad consiste, pues, en adornar la casa con santacloses y símbolos alusivos al invierno, asistir a muchas fiestas con bailes y alcohol, planear el menú de la cena del 24 de diciembre y lanzarse a los comercios a gastar al por mayor en regalos y lujos, la verdadera preparación a la Navidad, la del Adviento, tiene una dimensión muy distinta, que es triple:

  • Dimensión histórica.- En recuerdo, celebración y actualización del nacimiento de Jesucristo en Belén de Judá.
  • Dimensión presente.- En la medida en que Jesús sigue naciendo en medio de nuestro mundo y, a través de la liturgia, celebraremos de nuevo su nacimiento.
  • Dimensión escatológica.- En preparación y en espera de la segunda y definitiva venida del Señor.

Vivir el Adviento cristiano es poner atención, esperar y prepararse para las promesas mesiánicas, tal como en su tiempo y sus circunstancias lo hicieron el patriarca Abraham o santa Isabel y Zacarías, padres de san Juan Bautista.

En este tiempo, en infinidad de discursos y felicitaciones, se hablará de «paz», «fraternidad», «amor», «justicia», «felicidad», etc. Sin embargo, nada de esto será realmente posible sin la instauración del reinado de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, único Salvador de la humanidad.

Precisamente el tiempo de Adviento viene a recordar eso: que la única garantía de felicidad está en Dios y en sus promesas; que en eso es justo en lo que hay que depositar todas las esperanzas y, más aún, que a ello hay que prepararse. Puesto que es el Señor el que viene, sería una verdadera desgracia no estar con el alma dispuesta y lista para encontrarse con Él.

TEMA DE LA SEMANA: DONDE NACE LA ESPERANZA

Publicado en la edición impresa de El Observador del 1 de diciembre de 2019 No.1273

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