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La luz que no se apaga

De las aventuras del sacerdote católico Don Camilo con el alcalde de izquierdas Peppone, surgidas de la pluma del escritor italiano Giovanni Guareschi, aquí va un pequeño relato:

Peppone lo tenía clarísimo:

— Mientras el Partido jamás ha dicho: «El que siga la doctrina católica no puede ser de los nuestros», la Iglesia dice: «El que siga la doctrina marxista no puede ser de los nuestros»; así que el Partido te deja libre de ser católico, pero la Iglesia te prohíbe ser comunista… Uno de los principales bastiones de los curas es la Navidad. En Navidad hasta los más duros caen en la trampa de los sentimientos… En resumidas cuentas, camaradas, que hay que pasar al contraataque.

El Largo, que era un duro, replicó en voz muy baja:

— Bueno, pero no podemos obligar a la gente a cambiar sus costumbres.

— Ah, pero lo que sí podemos es empezar a no caer nosotros en la trampa. Para desintoxicar las masas —sentenció Peppone—, lo primero que tenemos que hacer es desintoxicarnos a nosotros mismos; yo ya he empezado en casa. A partir de este año queda eliminado el Nacimiento. Será un día como todos los demás. Ustedes pueden hacer lo mismo en su casa.

Así lo hicieron. Al llegar a casa dijeron a su mujer:

— Este año, el Portal, fuera.

Todas, sin excepción, les replicaron:

— ¿Has bebido más de la cuenta hoy?

La vigilia de Navidad en las casas de los dirigentes del Partido, aquel año, todo era escuálida normalidad: en la mesa, la sopa de siempre y la orden tajante: «¡Todos a la cama y sin hacer ruido!».

Terminada la cena, Peppone se echó el abrigo encima y, a grandes zancadas por las calles desiertas, se puso a vigilar qué hacían los demás. Llegó el Largo con el informe:

— Todo ha funcionado de maravilla. Ni un caso de desviacionismo.

El primer experimento de desintoxicación sentimental había quedado restringido al círculo de los diez más fieles.

— ¡Extraordinario! —dijo Peppone— Ha bastado considerar esta tarde como una más para hacerme la idea de que Navidad jamás ha existido.

La plaza estaba vacía porque todos estaban en la iglesia. A la vista de la Casa del Pueblo, Peppone exclamó:

— ¿Pero qué pasa ahí arriba?

Vieron que, tras una de las ventanas del desván, se encendía y se apagaba una luz.

El Largo se preocupó:

— La llave del desván está escondida, y en un sitio que sólo yo conozco.

Subieron de puntillas. Manteniendo la respiración y pegados a la pared se fueron acercando.

Allí había una pequeña bombillita de pilas que iluminaba un minúsculo portal con el Nacimiento y, delante, estaba el hijo del Largo que, al verlos, echó a correr.

— Imagina si esto lo llega a saber Don Camilo —dijo Peppone—. ¡Un Pesebre clandestino en la Casa del Pueblo! Los cristianos como en tiempos de las catacumbas.

El Largo estaba sin saber qué decir.

— Bueno —se excusó—, es que de muy pequeñito le llenaron la cabeza de esas fábulas; y, claro, no se puede cambiar una mentalidad de un momento a otro; pero me gustaría saber quién le ha dado todo eso.

Peppone se agachó a ver el Nacimiento:

— Nadie —explicó—; son figuritas de arcilla pintada, se las ha hecho el solo, y no están nada mal…

El Largo volvió a mirar en silencio las figurillas del Pesebre, y luego con un manotazo las estampó contra la pared; pero la lamparita seguía encendida en el Portal desierto y devastado.

La gente empezaba a salir alegre de la iglesia y llenaba la plaza y las calles. El Largo y Peppone seguían allí, en el desván, mirando con ojos atónitos aquella luz que no se apagaba, que no había manera de apagar.

TEMA DE LA SEMANA: LA NOCHE MÁS BELLA

Publicado en la edición impresa de El Observador del 22 de diciembre de 2019 No.1276

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