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¿Puede el yoga ayudarnos a orar mejor?

Las técnicas de meditación orientales son muy atractivas. Son medios poderosos de retirarse del mundo exterior despreocupado y cambiante para reenfocarnos en nuestro ser interior, que todos echamos de menos. Lo sé por haberlos practicado yo mismo durante varios años.

Al principio, el enfoque es el mismo que en la oración cristiana: hay una voluntad de romper con una vida superficial, dispersa, muy decepcionante, de entrar en sí mismo. En ambos casos, hay una gran sed de Absoluto.

Pero desde el principio de este camino interior, los caminos se separan. En las técnicas orientales se trata de entrar cada vez más en sí mismo, por sus propios medios, hasta llegar a una especie de fusión en el Todo, una sensación de existencia muy intensa.

En esta experiencia, no hay lugar para el otro: “Estoy cada vez más centrado en mí mismo y solo en mí mismo”.

Al contrario, la oración cristiana es un encuentro con el Otro, con Dios que viene a mí: “Yo entro en mí mismo, pero es para prepararme a recibir lo que el Señor quiere darme allí”.

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Un grave riesgo de confusión

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Kudla - Shutterstock

Esta es la diferencia entre una mística natural, que depende solo de los medios naturales y me deja solo conmigo mismo, y una mística sobrenatural, que me orienta hacia Dios, un Dios personal que se entrega a mí en un diálogo de amor.

En las técnicas orientales, soy el maestro de mi vida interior. En la oración cristiana, sin embargo, es Dios: “Acepto confiar en Él y dejarme conducir hacia Él”.

Además, las técnicas orientales apuntan a la disolución del yo en el gran Todo, mientras que la relación con Cristo respeta mi alteridad: la oración cristiana es una comunión, no una fusión.

Por supuesto, las técnicas que forman parte de un misticismo natural -como las técnicas de meditación oriental- pueden llevar a experiencias muy fuertes, pero esto no tiene nada que ver con la paz sobrenatural del Espíritu Santo.

Existe un gran riesgo de confundir la serenidad que producen ciertos ejercicios de respiración, ciertas posturas, con la presencia auténtica del Espíritu Santo.

Se trata de un riesgo que hay que tomar en serio, porque puede llevarnos a un estancamiento y alejarnos de la meta que nos habíamos propuesto al orar, es decir, el encuentro personal con el Dios vivo que Jesucristo nos ha revelado.

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Por el Padre Joseph-Marie Verlinde

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