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Por qué no debes preguntarte cuándo acabará el mal

Me empeño en pretender saber cómo y cuándo sucederán las cosas:

Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?”.

Es mi deseo tan humano de querer controlar mi vida. Lo que va a suceder, lo que temo que ocurra. Quiero apagar mis miedos. Y liberar mis deseos que pretenden hacerse vida.

Es la mirada corta que tengo sobre las cosas. Veo bien de cerca. Muy mal de lejos. ¿Cuándo va a triunfar Jesús de forma definitiva en este mundo que recorre rutas peligrosas?

¿Cuándo va a vencer definitivamente el amor sobre el odio? ¿Cuándo la vida va a triunfar para siempre sobre la muerte que contemplo y temo? ¿Cuándo el terror que se manifiesta en las calles desaparecerá para dar paso al amor y a la paz definitivos?

Son preguntas que permanecen sin respuesta. Las repito en tono de súplica, deseando que el tiempo sea ya, ahora, en este momento.

Me siento inseguro y temeroso. Me enfrento a futuros desconcertantes. ¿De verdad es Dios quien en su plan de amor gobierna la tierra? Brotan las dudas en el alma.

Quisiera que los gobiernos fueran más honestos y construyeran la paz. Quisiera que hubiera menos corrupción en tantos que se erigen en guardianes del orden social.

Quisiera que hubiera menos odio en las calles, en los corazones que sufren. Quisiera vivir en paz con el que no piensa como yo, construyendo un mundo nuevo. Quisiera compartir mi vida con el que tiene otros proyectos que no coinciden con los míos.

El deseo del corazón es el reino de Dios en la tierra. Quisiera que el bien venciera siempre. Me desconciertan el caos, el dolor, la guerra, el odio.

Busco respuestas en ese Jesús que se detiene ante mí. Y lo único que descubro es que Jesús no quiere que me preocupe por esas cosas. No quiere que viva pendiente del cuándo, angustiado por el futuro.

Todo sucederá a su tiempo. Pero no soy yo el que tiene que saberlo. El tiempo está en su poder, no es mío. Él sólo me pide que persevere:

“Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

Ni un cabello se caerá. Hay un plan de amor. Me recuerda esa otra frase en torno al cuadro de María en el Santuario: “Un siervo de María nunca perecerá”.

Jesús me tiene en sus manos, aunque no sepa el día ni la hora. Me pide que no viva esperando a que pase la tormenta. Me dice que aprenda a bailar bajo la lluvia. Que no sueñe con mundos irreales. Sino que aprenda a vivir en su presencia cada día de mi vida.

Sus palabras me conmueven, me sostienen. Sólo quiere que persevere. Que me mantenga fiel. Quiere que camine de su mano sin temer las tormentas y dificultades.

Habrá dolores y muertes, eso seguro. No todo será perfecto en esta vida en la tierra. Con paz lo acepto. No pretendo vivir el cielo definitivo en esta vida.

Pero sí puedo perseverar en mis sueños. Sí puedo mantenerme fiel a mis principios, a mis ideas, a mis proyectos. Me mantengo fiel.

No es fácil la fidelidad diaria. Mantenerme fiel a mi camino, a mi forma de ser, a mi originalidad. Fiel en el paso de los años que me obligan a readaptarme a mi nueva situación. Fiel en la enfermedad cuando me siento frágil y me veo incapaz de realizar aquello que antes me parecía tan sencillo. Comenta el padre José Kentenich:

“Es importante esa readaptación, porque hemos de ser fieles a nosotros mismos. De otra manera muy fácilmente me sentiré en el mundo como una persona que está de más, padeceré un complejo de inferioridad”.

Cuando las fuerzas no me acompañen. Cuando dude después de la derrota. Cuando me sienta incapaz de tantas cosas. En ese momento me readapto. Permanezco fiel a mí mismo, a mi verdad.

Dios quiere algo para mí. Tiene un sueño que se irá realizando con el paso del tiempo. Yo persevero. Me mantengo fiel a mi vida. A lo que hay en mí.

No pienso en el futuro. En el triunfo final de Jesús. Vivo el presente. Es lo que hoy Jesús me pide. Que no me desvíe de lo que me toque hacer. Incluso cuando la rutina me agote. O cuando siga sin ver los resultados esperados. No importa.

Me mantengo fiel, persevero. Jesús se encarga de todo lo demás. Estoy en sus manos. Soy hijo de María, nunca moriré. Persevero cuando el mundo me insinúa que no tiene sentido luchar. Que desespere. Que deje de ser fiel.

Yo no quiero. No creo en las voces del mundo. Puedo vivir hoy como el primer día. Sin desviarme del camino marcado. Con paz en el alma. Con Jesús en mi alma.

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