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Nunca olvidará esta lección de su viejo profesor

Hay un cuento en la tradición literaria hebrea que nos ayuda a ser mejores personas. Dice así:

Un día, se encontraron un joven y un anciano.

– ¿Se acuerda de mí?

El anciano contestó:

– Disculpa, pero no.

El joven dijo al mayor:

– Fui su alumno. Ahora soy profesor, como usted. Usted despertó en mí la vocación de maestro.

El viejo profesor se mostró sorprendido. El joven le explicó a continuación:
– Un día, un compañero de clase que era amigo mío llegó a la escuela llegó con un reloj nuevo. Era magnífico y me entraron ganas de poseerlo. Lo quise para mí. Aprovechando un descuido, lo saqué de su bolsillo y se lo robé. Al poco rato, mi amigo se dio cuenta de que le había desaparecido el reloj y se dirigió a usted, el maestro, para explicarle lo que le ocurría. El muchacho estaba desolado y no sabía cómo recuperar el reloj. 

El viejo profesor prestaba atención al joven. Este le siguió contando: 

-Entonces usted se dirigió a todos nosotros y dijo: “A este muchacho le ha desaparecido el reloj. Quien se lo haya quitado, que lo devuelva”. Pero nadie de movía. Yo me di cuenta de lo mal que estaba lo que había hecho, pero no quería devolver el reloj y que todos vieran que yo había sido el ladrón. 

– ¿Entonces qué ocurrió?, preguntó el anciano. 

– Usted cerró la puerta, ordenó que los alumnos nos pusiéramos de pie y dijo que iría registrando los bolsillos de todos, uno a uno. Dijo que cerráramos los ojos. Usted comenzó la inspección y al poner la mano en mi bolsillo encontró el reloj. 

– ¿Qué ocurrió entonces?

El joven prosiguió:

– Usted no dijo nada y siguió registrando los bolsillos del resto de alumnos. Al terminar de registrarnos a todos, dijo: “Muchachos, el reloj ha aparecido. Podéis abrir los ojos”. Ese día usted me dio una gran lección. No me dijo nada ni dijo a los alumnos quién había robado el reloj, pero en mi interior aprendí que lo que había hecho estaba mal y que no debía hacerlo nunca más. Debo agradecerle que no me humillara en público.

El viejo profesor le miró con ojos de comprensión. El joven prosiguió:

– Aquel fue el día más vergonzoso de mi vida y, al mismo tiempo, el día en que aprendí cómo debe comportarse la persona que educa. Ahí nació mi vocación de maestro. 

E insistió: 

– ¿Recuerda ahora aquel suceso?

El viejo profesor asintió con la cabeza, se quedó un momento pensativo, y le dijo: 

– Recuerdo aquella situación, efectivamente. Pero no te recordaba a ti. Ni siquiera sabía que habías sido tú, porque mientras buscaba en los bolsillos yo también cerré los ojos.

Saberse querido

Este relato muestra el valor de la comprensión a la hora de educar y puede servir tanto a padres como profesores. En muchas circunstancias podemos encontrarnos ante una situación similar.

No perdamos de vista la confianza y el respeto al tratar con los pequeños.

Confía en que la conciencia hará su trabajo y no es necesario humillar a nadie para lograr que mejore en su conducta. Saberse apreciado y querido mueve a arrepentirse y obrar bien.

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