¿Es posible encontrar el paraíso ya ahora en este mundo?
Unos saduceos cuestionan a Jesús. No creen en la resurrección y la cuestionan recurriendo a un supuesto casi imposible:
“Había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”.
Un caso extremo pero posible. Podría pensar en un viudo que se vuelve a casar. ¿Cuál será su mujer en el cielo? La pregunta brota en el corazón inquieto. Dos amores en mi vida. ¿Con cuál compartiré la eternidad?
Los saduceos no quieren conocer la verdad. Sólo pretenden poner a prueba a Jesús. Y al mismo tiempo dejar sin valor el sueño de la resurrección.
Yo sí creo en la resurrección. Creo en el cielo. Lo repito en el credo cada domingo. Es una verdad aprendida, deseada tantas veces.
Al perder a un ser querido deseo volver a encontrarlo. ¿Cómo me imagino el cielo? La pregunta surge en mi alma. ¿Cómo es ese cielo que me han prometido? ¿Cómo es ese cielo que sueño y anhelo?
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Un sueño en el que los seres queridos se reencontrarán. ¿Cómo no va a ser posible? El amor humano se proyecta en la eternidad. Pero no deseo que llegue pronto. No estoy tan cerca de santa Teresita:
“No temo una larga vida, no rehúyo el combate. Por eso, jamás le he pedido a Dios el morir joven, si bien es verdad que siempre he tenido la esperanza de que esa sea su voluntad”.
Siento más bien que el cielo puede esperar. Sobre todo, para mis seres queridos. Pero yo mismo tampoco sé si ya estoy preparado para la eternidad.
Creo más bien que tengo aún muchas cosas por hacer. No rehúyo la vida larga. No quiero dejar de luchar y seguir deseando esa vida mejor en el cielo.
Me gusta vivir en la tierra. Luchar por ver a Dios entre los hombres. Intentar hacer realidad su amor aquí en lo humano. Me alegra poder ser trasparente de Dios, puerta y camino al cielo.
Deseo atraer hasta Él a tantos corazones dormidos. No veo el mundo como algo opuesto al cielo. Veo el dolor de tantos y me duele el alma. ¿No será posible traer algo de cielo a la tierra?
¿No podré hacer con mi vida que el mundo se parezca en algo al paraíso? Un regusto de eternidad. Un olor a vida plena. Creo que Dios lo puede hacer posible si me dejo tocar por su amor.
Quiero llevar esperanza a esta vida en la que hay tanta desesperanza. Me conmueve el dolor y la tristeza de personas que desean morir ya para acabar con el sufrimiento. Entiendo su desesperación.
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Hay vidas que sufren tantas injusticias… Hay tanto dolor, que el cielo se vislumbra como una salida airosa de este mundo. Un cielo para los pobres, para los desfavorecidos. Para los que no han tenido ventajas en este mundo. El cielo se presenta entonces como el lugar anhelado, un escape. Mejor acabar con esta larga agonía.
El bienestar en la tierra ha traído quizás el olvido del cielo. Me siento tan cómodo entre mis cojines, satisfecho en la abundancia.
He construido un cielo a mi medida con mis medios humanos. Soy feliz con lo que poseo, con el poder que tengo. No necesito un cielo eterno pues tengo un paraíso temporal en la tierra. Me sirven. Me cuidan. Trabajan para mí.
Me aprovecho del débil. Soy poderoso en esta tierra injusta. Mi tierra tiene algo de la plenitud que deseo. Si deseo algo lo consigo.
La satisfacción es la meta de mis esfuerzos. No quiero renunciar a nada. Una vida larga como expresión de la bendición de Dios. Una vida plena, lograda. Aquí en la tierra.
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Entonces quizás surge el miedo al cielo. ¿Habrá algo mejor que esto? ¿Qué me puede aportar el cielo que no lo posea aquí?
Esa imagen de cielo en la tierra me la venden como posible. Haz esto. Compra aquello. Logra esto otro. Y yo corro de un lado a otro intentando lograr cuanto deseo, alcanzar todas mis metas posibles. Una carrera ascendente, una línea de progreso constante. Sin caídas, sin tropiezos, sin pérdidas, sin dolores.
Me han prometido el cielo en la tierra y yo me esfuerzo por intentar que se haga realidad. Y por eso puede perder sentido mi vida cuando no consigo lo que quiero, cuando no llego a lo que me habían prometido.
¿No voy a poder tocar el cielo en la tierra? Estoy tan lejos de lo que Dios me ha prometido… Me ha dicho que aquí en la tierra todo tiene sus límites.
Mi amor es limitado. Y mi capacidad para recibir amor. Aquí no todos mis sueños serán realizados. Y viviré dificultades que parecen bloquear mi camino a la felicidad.
El dolor toca mi herida y siento que no voy a ser feliz nunca. Y Dios me ha prometido ser feliz. Y no lo soy. No logro que el cielo se haga realidad en la tierra.
Comienzo a desconfiar de las promesas de Dios. Es cierto que Él no me dijo que cualquier cosa que pidiera sería realidad. No me prometió una felicidad eterna en mi carne humana.
Pero sí me dijo que lo que viviera aquí en la tierra tendría su proyección en la vida eterna. Me dijo que no temiera, que Él camina conmigo hacia el cielo. Me dijo que soñara con las alturas y no dejara nunca de luchar por mis sueños. Me dijo que me esforzara por llevar una vida mejor.
Y quiso que, con mis manos, torpemente, tejiera yo algo del cielo entre los hombres. De forma limitada, pero sin cansarme. El cielo en mis vínculos, el cielo en mi amor, el cielo en mis proyectos. Con mi vida, con mi sí. Dejando que Dios entre en mí para tocar el mundo y a los hombres.
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