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El espía religioso

Hace poco que se estrenó en Netflix El espía, una mini serie de seis episodios basada en un hecho real. En 1960 Eli Cohen, un judío nacido en Egipto pero de padres judeo-sirios,  fue reclutado por la inteligencia israelí para hacerlo pasar por un árabe sirio con un gran negocio en Argentina. La idea era construir una tapadera en el país sudamericano para poder entrar en Damasco como un empresario de éxito que rápidamente hiciera contactos entre los altos cargos del país y pasar así información a los israelíes. Y la cosa funcionó. Las relaciones que mantuvo con los dirigentes sirios llegó hasta tal punto que fue propuesto para ser viceministro de Defensa y hay incluso quien asegura que su nombre era el tercero en la línea sucesoria para ocupar el cargo de presidente del país.

Como es bien sabido Israel es el único estado judío del mundo, esto es, allí viven los que son judíos. Todavía hay cierta controversia acerca de lo que es ser o no ser judío porque hay elementos culturales, folklóricos, religiosos y hasta étnicos que los tratan de definir. Y también, como es bien sabido, Israel vive sumido en una envenenada contienda por la territorialidad y por el dominio de determinadas zonas de Tierra Santa.

El espía, de hecho, se centra en uno de esos momentos, cuando Israel se anexionó los Altos del Golán, una meseta siria que los judíos hicieron suya porque allí nacía el río Jordan, y el control del agua en una zona tan árida era algo esencial para Israel. Sin embargo, la relación que han mantenido los judíos con las instituciones internacionales siempre ha sido complicada. Israel hace las cosas a su modo, de una forma donde prima la seguridad y no es de extrañar porque han vivido perpetuamente amenazados. Pero al mismo tiempo, su fuerza bruta militar, sus intereses y sus aliados (sobre todo Estados Unidos), lo han convertido en un país prácticamente intocable.

Pues bien, todo esto es lo que está de fondo en El espía, un relato que no obstante, nos habla en primera lugar sobre el conflicto que supone decantarse por la familia o por Dios.  Eli Cohen es el perfecto marido y padre pero su estado, es decir, su religión, o lo que es lo mismo su fe, lo necesita por una cuestión muy terrenal, fría incluso. Cohen no lo duda demasiado porque su creencia en la religión judía es absoluta y aunque sufre dolorosamente la lejanía con su familia (hará lo imposible por no mantener ninguna relación extramatrimonial mientras trabaja como espía), arriesgará su vida hasta el límite por el bien de Israel. Es decir, desde cierto punto de vista, es un espía religioso porque su fin último es Dios, el Dios de Israel.

Y dicho esto. La serie no lo plantea, al menos explícitamente, pero es innegable que la cuestión flota en el ambiente. ¿Hasta qué punto es lícito utilizar el nombre de una religión (y por tanto de Dios) para llevar a cabo actuaciones moralmente reprobables o como mínimo discutibles?

Lo decíamos al principio, el conflicto árabe-israelí está tan envenenado y resulta tan enrevesado que es muy complicado encontrar a buenos y malos sin tropezarse antes con numerosas zonas grises. La Iglesia ha tomado cartas en el asunto en numerosas ocasiones sin reparar precisamente en eso, en si había buenos o malos. Únicamente ha rogado y rezado por la paz de judíos y palestinos sin embargo, El espía, en su fondo y en su forma, en realidad no se apunta a la paz. En su día el Papa Pablo VI se pronunció a favor de preservar la vida de Eli Cohen pero porque lo que al final se hizo con él fue particularmente cruel, pero no porque fuera el bueno de la función. Simplemente era un ser humano. En el fondo a El espía se le escapa esto último, porque seres humanos también había y hay en Siria.

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