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Relación padre-hija: un enlace vital para crecer bien

El vínculo entre padre e hija es determinante para su vida como adulta: contribuye al desarrollo de una mujer independiente, consciente no solo de su belleza sino también de su valía, aunque también puede volverla desconfiada y repleta de complejos…

Cuando nace una niña, el vínculo con la madre ya existe. Es innegable y evidente debido a la coexistencia biológica durante los nueve meses de embarazo. Es también lógico a causa de su parecido físico y psicológico: ambas se conjugan en femenino.

Por tanto, el padre tendrá, para empezar, dos obstáculos de más que superar. Sin hablar de las complicaciones adicionales:

– para un padre que soñaba con tener un hijo, una posible decepción;

– las limitaciones ligadas a la multitud de creencias sobre un sexo al que todavía denominamos “débil”.

Criar a nuestros hijos es un compromiso difícil para ambos padres, pero para un padre con su hija es también un desafío. Los psicólogos están de acuerdo en que es especialmente en esta relación padre-hija que arraiga el concepto que tenemos de la mujer en que nos convertiremos. Esta relación guiará también la manera en que construiremos nuestras relaciones con los hombres…

Para una niña, el padre es el primer modelo del género masculino. La autoestima de las niñas se construye (entre otros) según la calidad de la relación con su padre. De modo que deja una impronta enorme en el conjunto de su personalidad. De ahí deriva en gran parte la confianza que la niña tendrá en sí misma. Así pues, podrá convertirse en una mujer independiente, consciente de su belleza y de su valía general. Sin este apoyo, corre el riesgo de convertirse en alguien desconfiado y acomplejado.

La relación de una niña con su padre es de especial importancia. Es una base sobre la cual, ya como mujer, construirá sus relaciones con los hombres; simplemente porque esta relación padre-hija es la primera relación mixta para la niña, una relación que será un punto de referencia durante toda su vida. Por supuesto no es algo sistemático. Además, la creencia popular de que las mujeres buscan a un “padre” como pareja rara vez es acertada, por no decir directamente falsa.

La experiencia de la relación con el padre puede ser, de hecho, a la vez atractiva y repulsiva. Esta experiencia modelará la perspectiva general hacia los hombres: miedo, dependencia, independencia, diálogo, colaboración, dominación o manipulación.

Si la relación entre un padre y su hija es mala o incluso inexistente, las repercusiones serán numerosas en su vida de adulta. Tanto en su mundo interior (autoestima mermada, problemas emocionales) como en su esfera relacional (en particular en la manera en que va a tratar a los hombres). Por ejemplo, cuando un padre es dominante y autoritario, esto construye o bien una forma de fascinación en su hija hacia los hombres y sus capacidades, o bien despierta su envidia, aversión y deseo de castigar a los hombres, con el riesgo de conducirla a desarrollar relaciones inestables y ávidas de emociones extremas.

Por otro lado, una hija que ha sido cubierta de excesivo afecto por parte de su padre, puede adoptar el mensaje inconsciente de que todos los hombres son débiles y sumisos, dejando poco lugar para la confianza y una escasa probabilidad de crear una relación equilibrada.

También es posible que el padre no esté disponible, que esté inaccesible física o sentimentalmente. La pequeña en estas circunstancias estará privada del tipo de amor de la relación paternal, tendrá carencias emocionales. Luchará por obtener todo lo que se le ha privado, aprovechando más tarde el uso de su sexualidad. Creerá que para ser amada tiene que estar a la altura, que deberá merecerse aquello que le falta. Podrá involucrarse muy rápidamente en relaciones con hombres que le manifiesten un minúsculo y débil interés, y los vínculos construidos no estarán basados en la reciprocidad.

No olvidemos el hecho de que la relación padre-hija (salvo en casos excepcionales) no es la relación exclusiva de dos personas, sino que es parte de un triángulo completo con la madre. Al observar la relación entre sus padres, la niña (y más tarde la mujer) se construye una imagen de las relaciones entre hombres y mujeres. Para ello, un buen padre será el que muestre, a través de la relación con su esposa, cómo es debido tratar a una mujer.

Por otra parte, la niña deberá comprender lo antes posible, en general en torno a los tres años, quién es la “mujer de la vida” de su padre. Debe comprender que no se trata de ella misma, sino de su madre. El padre que prefiere a la hija, o peor, que crea una coalición contra la madre, en realidad genera un gran perjuicio para la hija.

Ya que el hijo o hija se identifica con el progenitor del mismo sexo, el fracaso de esta competencia con su madre va a perjudicar una etapa esencial de su desarrollo.

No importa la edad de tu hija, intenta fomentar su autoestima mostrándole tu amor y tu respeto. Está presente cuando ella manifieste la necesidad. Encuentra tiempo para escucharla. Manifiesta interés por sus actividades, sus pasiones, sus ideas y también por sus sentimientos, sus deseos y sus temores.

Por otra parte, respeta su vida privada, facilítale su propio espacio y escucha sus deseos en el momento adecuado para gestionar el desarrollo de su independencia. Anímala a expresar sus más profundos pensamientos (y no repetir los tuyos) y acéptala tal y como es.

Recuerda que no importa que estés casado con su madre, es esencial que tu hija constate que tratas a su madre con bondad y respeto. Tu hija necesita una imagen femenina de valor, digna de ser bien tratada, para tener una medida de su propia construcción personal.

Por supuesto, no puedes cambiar el pasado. Es imposible reescribir el escenario de la relación con tu padre. Sin embargo, una vez adulta, sigue habiendo acciones posibles.

La primera etapa es identificar los reservorios de experiencia en la relación con tu padre y comprender cómo te afectan en el presente; cuestiona tus creencias juzgando tus actitudes y tus reacciones, sobre todo las relativas al sexo opuesto. Luego, conviene examinar hasta qué punto esas experiencias pasadas influyen (para bien o para mal) en tu autoestima y en la construcción de tus relaciones íntimas. Si todo te sirve de ayuda, ¡perfecto! Puedes estar agradecida a tu padre.

En cambio, si no te ayuda, tampoco has perdido nada. Aprende que, como mujer madura y consciente de ti misma, puedes ir más allá de esos mensajes que en otro tiempo te parecieron la única manera de vivir (algo que es imposible durante la infancia). No siempre es necesario recurrir a profesionales de la salud mental, aunque pueden ser de gran ayuda a algunas personas. A veces basta con acudir a otras relaciones que nos hayan nutrido y construido de forma diferente; por ejemplo, con tu madre, tu abuelo o tu abuela…

Recuerda también que las relaciones que creamos en la edad adulta pueden borrar los rastros de ciertas experiencias destructivas de la infancia, siempre que sean constructivas y permitan basarse en la confianza.

> Este artículo se publicó originalmente en la edición polaca de Aleteia.

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