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Trump y Francisco, la alegoría de lo imposible

Decían que Donald Trump y el papa Francisco habitaban verdaderas antípodas del postmodernismo: que el primero representa el símbolo absoluto del egocentrismo en el poder y el segundo, la emancipación de los revestimientos frívolos del poder. Así que la esperada reunión en el Palacio Apostólico entre ambos líderes se esperaba como todo un acontecimiento.

¿De qué hablarían dos líderes con puntos de vista tan lejanos uno del otro? ¿Quién tendría que ceder un poco –andar más de la mitad del camino- para favorecer un diálogo provechoso? ¿Sería capaz Trump de desembarazarse de parte de su acostumbrada suntuosidad narcisista para escuchar a alguien que opina diferente? ¿Echaría mano el papa Francisco de la bimilenaria pompa mayestática del catolicismo para alzar la voz de un mundo que reclama respeto al que llaman ‘el hombre más poderoso del planeta’?

Pues no, tal como la química enseña: los ácidos y los alcalinos se neutralizan.

Hay que poner en contexto que el presidente de EU realiza una gira por varias naciones del Medio Oriente y Europa; las primeras paradas en Arabia Saudita e Israel tuvieron como objetivo reforzar las íntimas alianzas que los gobiernos norteamericanos tienen con ambos países. Alianzas que están ligadas al control militar y geopolítico, así como la inversión petrolera; después la visita a países de la Comunidad Europea para corresponder al otro polo de desarrollo occidental del orbe.

La parada con el papa Francisco en el Vaticano, sin embargo, reviste otro propósito y otro simbolismo. Donde no hubo negociaciones ni conversiones, ni planteamientos ni evaluaciones. Sólo el encuentro, sólo la oportunidad del diálogo. Por supuesto, hubo intenciones de ambos lados pero no objetivos.

La encuesta sobre popularidad de líderes mundiales realizada por Gallup International reafirmó por tercera vez consecutiva al papa Francisco como el líder global con mayor aprobación y simpatía entre los encuestados de 46 países del mundo. Mientras, Trump –según el seguimiento semanal de Gallup- cayó casi un 40% de aprobación de los propios norteamericanos, el índice de simpatía más bajo en la historia de los presidentes del país. Y la gira internacional apenas mejoró la imagen del presidente del 35 al 39% la aprobación.

Quizá esto explique la comunicación no verbal que vimos en la biblioteca del papa: un Donald Trump sonriente, muy sonriente, para posar en las fotos oficiales, ligeramente inclinado hacia el pontífice, los hombros sueltos y buscando siempre la mirada de Francisco. Y, por el contrario, un Francisco que miraba casi al suelo, casi suspirando lentamente las palabras en español, sonrisa protocolar y una actitud casi ausente en las fotografías. Trump parecía tomársela muy en serio y el pontífice tuvo que ser mucho más reservado y respetuoso (su intento de romper el hielo con la pregunta a Melania Trump “¿La señora le da de comer potica?” simplemente no aligeró el nerviosismo de la primera dama quien al final se despidió de Bergoglio con un ‘au revoir’).

Al final Trump afirmó que no olvidaría lo que el Papa le dijo y tuiteó: “Es un honor de la vida conocer a Su Santidad Papa Francisco. Dejo el Vaticano más determinado que nunca para alcanzar la paz en nuestro mundo”.

Tenemos que darle este episodio de aikido a Jorge Mario Bergoglio. Por la neutralización, por hacer que el diálogo con Trump pareciera un murmullo y por la templanza con la que sembró una sola idea en el mandatario: trabajar por la paz. Ese fue el éxito del lenguaje mínimo: hacer que de dos líderes aparentemente antagónicos hicieran posible lo improbable. Los que pronosticaron chispas y colisiones escandalosas como fruto de este encuentro deben ahora reconocer su equivocación.

@monroyfelipe

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