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¿Sumisión en pleno siglo XXI?

¡Qué le pasa a la Iglesia!, pensarán algunas; o bien, la Biblia está pasada de moda, pensarán otras. Cómo es posible que habiendo tanto “machismo” y abusos por parte del hombre hacia la mujer se me pida que yo mujer sea sumisa. Claro, estas son inquietudes sinceras y válidas de mujeres que por generaciones han vivido bajo el yugo -nada agradable- de hombres que han abusado de su posición en la familia.

Vámonos un poco a la historia de la Creación y como leemos en el Génesis, la mujer es llamada “ayuda adecuada”, así es, ayuda idónea, apropiada para el hombre. La mujer no ha sido llamada “necesitada”, sino un ser dotado de capacidades maravillosas capaz de acompañar.

La vocación de la mujer se está viendo escrita en la Biblia, cuando Dios ve al hombre y descubre su soledad, se da cuenta de su indigencia y “necesidad”, el hombre se siente incompleto, no se basta solo. Hay un vacío profundo en la vida y el corazón del varón y ese vacío o necesidad se satisfizo con la mujer que Dios creó especialmente para él, por eso, la Biblia nos presenta a la mujer, no como “necesitada de compañía”, sino como un ser capaz de acompañar.

Hay en la mujer una gracia de vida para hacerlo. El hombre da a la mujer la posibilidad de “ser para alguien”. El amor del hombre da dirección y regala un sentido a la belleza y a la vida que hay en la mujer.

Por lo tanto, ¿qué es Eva para Adán, acaso una “sirvienta” o algo parecido? ¡No! Eva para Adán es el encuentro con un inmenso bien, con un regalo maravilloso, un mar de posibilidades para hacerse felices. Es el bien más alto que Dios le ha dado en la tierra que ya era paraíso.

Eva es el paraíso para Adán, el paraíso del paraíso, por lo tanto, la mujer para el hombre es el paraíso de los paraísos. Dios presentó su mujer al hombre, por lo tanto, el hombre debe recibir a su mujer, no como una concesión a sus deseos, caprichos, necedades o apetitos lujuriosos, sino como un regalo.

Adán recibió a Eva de manos de Dios como un presente; Dios le regaló a Eva, así como a ti esposo te ha regalado a tu esposa y viceversa. Y cuando tú y yo le recibimos un regalo a alguien, ¿cómo le tratamos, como cuidamos de ese regalo?

¿Entonces, si las mujeres somos el bien más alto, esta enseñanza va contraria con la “sumisión” que también se nos pide en la Biblia? Para nada. Te explico…

Si yo te pido que me definas la palabra sumisión, ¿qué me contestarías? Hoy en día, esta palabra está muy mal entendida teniendo un sinfín de connotaciones por demás negativas y feministas. Creemos que sumisión significa ser arrastradas, que nos pisen nuestra dignidad y amor propio, que seamos denigradas y que hasta valemos menos que los varones siendo inferiores a ellos. Éstas son sólo unas cuantas de las ideas distorsionadas de esta palabra.

Si la palabra sumisión viene en las Sagradas Escrituras -Palabra de Dios- entonces conviene ser sumisas. Repito, en este sentido no tiene ninguna connotación denigrante, todo lo contrario.

El texto en griego de la Biblia donde aparece la palabra “sumisión”, incluye el término “hypotasso” que, entre otras cosas significa “obediencia voluntaria”. Por lo tanto, esta sumisión significa ser obediente porque así lo quiero, porque así lo elijo, porque se me pega la gana y no porque alguien más me está forzando o me obligue a hacerlo.

En estos tiempos, tan llenos de egoísmos y falsas filosofías, esta sumisión que Dios nos demanda choca con la lógica del mundo porque pareciera que lo que pide no tiene sentido. Perdemos de vista que Dios nos habla por medio de paradojas y el mundo por medio de sofismas, es decir, de mentiras que parecen verdades.

De nosotros depende que elegimos, si seguir las reglas del mundo que nos ofrece bienestar temporal, confort pasajero, una “paz” efímera y comodidades momentáneas u obedecer a Dios con la certeza que al final tendremos plenitud eterna. La elección es lo que hará la diferencia en nuestras vidas.

También, la sumisión que nos pide Dios por medio de san Pedro es la sumisión a lo santo, es decir, a todo aquello que nos llevará a la plenitud eterna; obediencia voluntaria a lo bello, bueno y verdadero, es decir, realmente a lo que es de Dios.

Por lo tanto, a toda mujer sabia, razonable, prudente y “madura” nos gustaría ser sumisas a un hombre que sea digno representante de Dios y que nos ayude a llegar al cielo porque tendrá una autoridad sobre nosotros, no aplastante ni denigrante, sino edificante.

Hay que tener siempre presente que esa sumisión u obediencia voluntaria jamás nos debe llevar al pecado, a ofender a Dios.

La mujer únicamente será sumisa a su esposo mientras sea sumisa a Dios y el hombre dirigirá su hogar con sabiduría y tendrá una recta y sabia autoridad en la medida en que sea sumiso a Dios. Por lo tanto, varones, hagan todo por ser santos, dignos ejemplos de ser seguidos e imitados.

Necesitamos recobrar nuestra dignidad como mujeres reconociendo y retomando nuestros maravillosos roles tanto en la familia como en la sociedad; como hijas, esposas y luego madres. La vocación de ser mujer desde siempre ha sido muy atacada y hoy más que nunca en toda la historia de la humanidad. Se ataca a la mujer, esta cae, se acaba el matrimonio y por ende la familia. Recuerden, ser sumisas conviene.

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