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La oraciones favoritas de Benedicto XVI

¿Cuáles son las oraciones favoritas de uno de los mayores papas que la Iglesia ha tenido? Esta y otras curiosidades fueron reveladas en el libro recién lazado Benedicto XVI – Últimas conversaciones.

El libro es el resultado de una serie de conversaciones con el periodista Peter Seewald. He de ser sincero, envidio a este tipo. Piensa que ha tenido la oportunidad de charlar largamente con nada más ni nada menos que Joseph Ratzinger, y le hizo todas las preguntas que quiso, incluso sobre cuestiones polémicas y personales… ¡Fascinante!

Recibí el libro como un regalo de la editorial, y lo devoré en dos días. La lectura del texto es fácil, y muy agradable. Al final, tenemos la sensación de que admiramos aún más al obispo emérito de Roma, pero, principalmente, sentimos que crece en nosotros el amor por Cristo y su Iglesia.

Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento,
y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer;

Vos me disteis,
A Vos, Señor, lo torno.
Todo es vuestro,
disponed todo a vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia,
que con ésta me basta.

Dios mío y Señor mío: aléjame de mí mismo y deja que te pertenezca por completo.
Dios mío y Señor mío: aléjame de todo aquello que me aparte de ti.
Dios mío y Señor mío: concédeme todo aquello que me acerque a ti.

No me mueve, mi Dios, para quererte

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar por que te quiera;
pues, aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Mira nuestra calamidad, miseria y necesidad con los ojos de tu insondable misericordia.

Compadécete de todos los fieles cristianos,

por los que tu Hijo unigénito, nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo,

se entregó voluntariamente en manos de los pecadores

y derramó su preciosa sangre en el tronco de la Santa Cruz.

Por los méritos de nuestro Señor Jesús aparta de nosotros, oh Padre clementísimo,

los castigos merecidos, los peligros presentes y futuros, los disgustos dañinos,

los preparativos bélicos, las carestías, las enfermedades, las épocas de tristeza y miseria.

Ilumina también y fortalece en todo lo bueno

a los dirigentes y gobernantes tanto espirituales como seculares,

para que fomenten todo lo que pueda contribuir a tu gloria divina y a nuestra salvación,

así como a la paz universal y al bienestar de la cristiandad en la paz.

Concédenos, oh Dios de la paz, una adecuada reunificación en la fe, sin cismas ni divisiones;

convierte nuestros corazones a la verdadera penitencia y a la enmienda de vida;

haz que prenda en nosotros el fuego de tu amor;

danos hambre y celo de toda justicia, para que, como niños obedientes,

te resultemos agradables y placenteros en la vida y en la muerte.

También te suplicamos, como Tú quieres que te supliquemos, oh Dios,

por nuestros amigos y enemigos, por los sanos y los enfermos,

por todos los cristianos tristes y compungidos, por los vivos y los difuntos.

En tus manos ponemos, oh Señor, todas nuestras acciones y omisiones,

nuestra actividad y cambio, nuestra vida y muerte.

¡Permítenos disfrutar aquí de tu gracia y llegar, con todos los elegidos,

a alabarte, honrarte y glorificarte en la paz y la dicha eternas!

Por Jesucristo, tu Hijo amado, quien junto contigo y con el Espíritu Santo vive y reina,

como Dios en igual medida, de eternidad en eternidad.

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