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Jacinta y Francisco: Pequeños grandes maestros de la fe

Jacinta y Francisco: Pequeños grandes maestros de la fe

Por Carmen Elena VILLA | El pueblo católico |

El 13 de mayo se cumplen cien años de la primera aparición de la Virgen a los tres pastorcitos de Fátima: Francisco, Jacinta y Lucía. La mejor manera de celebrar este centenario es con la canonización de dos de ellos: Los hermanitos Francisco y Jacinta Marto, nacidos en 1908 y 1910 respectivamente. La celebración la presidirá el Papa Francisco en el mismo lugar donde la Virgen se les apareció en repetidas ocasiones y donde ella nombró a estos sencillos niños como emisarios de su mensaje de paz y de su invitación a la vida de oración.

Francisco murió en 1919, estaba próximo a cumplir 11 años. Jacinta murió en 1920 cuando iba a cumplir diez. Los dos contrajeron una severa neumonía que azotó diversos lugares de Europa tras la Primera Guerra Mundial y de la cual nunca se curaron, pero supieron sufrirla virtuosamente.

De egocéntrica a compasiva

Antes de las apariciones, Jacinta era una niña caprichosa, egocéntrica y susceptible. Pero su encuentro con la Virgen y las gracias abundantes que recibió la transformaron en una pequeña mística que sufría por las ofensas que los pecadores daban a Dios.

Los tres pastorcitos tuvieron el don sobrenatural de ver el infierno y la tristeza eterna en la que caen quienes mueren en pecado mortal. “Quería hacer como nuestro Señor. Ella fue hasta el límite de entregar su vida a favor de los demás”, dijo la postuladora para la causa de canonización de los dos pastorcitos, la hermana Ângela de Fátima en diálogo con Denver Catholic en Español.  La religiosa destaca de Jacinta “su amor al Inmaculado corazón de María y a Jesús Eucaristía”.

“El sentido de compasión de Jacinta se manifestaba en la oración”, admite la hermana Ângela. “Cuando veía que alguien decía palabras feas, inmediatamente se ponía de rodillas y rezaba por él o ella. Una señora cuando la vio hacer ese acto se convirtió”, recuerda la religiosa, quien comenta también que cuando contrajo la neumonía tuvieron que operarla y quitarle dos costillas, y el dolor de la herida que tenía en el pecho (la cual nunca sanó) lo ofreció por los pecadores. A Jacinta también le preocupaban mucho los pobres. “Les daba de comer y una vez aguantó hambre dos días”.

También tenía un amor muy especial hacia el Papa. No solo hacia quien estuviera ocupando en ese momento la silla de Pedro sino hacia la persona del Papa en general. De hecho, San Juan Pablo II agradeció públicamente, durante la Misa de beatificación de Jacinta, la bondad que tuvo Dios con él de salvarlo del atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981 en el que estuvo a punto de morir. “Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento”, dijo el pontífice. “Fue muy hermoso ver al Papa agradeciendo en público a una niña de nueve años”, recuerda la hermana Ângela .

Consolador de Dios

Francisco, por su parte, era un niño “enamorado de Dios” según describe la hermana Ângela . “Desde las apariciones del ángel (quien se apareció varias veces en 1916 antes de que los niños vieran a la Vigren), Francisco vio que Dios estaba triste y que era importante consolarlo”, comenta la religiosa. “Tenía una tendencia contemplativa. Le encantaban la naturaleza, los pájaros, contemplar el sol. Sentía una especial atracción por estar solo y llenarse de la presencia de Dios. Pasaba horas en el Santísimo. Podía estar tres horas en la misma posición”, indica la religiosa.

Cuando le preguntaron a Francisco cómo había sido la experiencia de las apariciones, él respondió: “Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo”.

Pero, ¿por qué la Virgen le dijo que para ir al cielo tenía que rezar muchos rosarios? La hermana Ângela admite que esto se debía a “su vocación contemplativa” y que por eso María le pedía a él rezar más.

Cuando los tres pastorcitos fueron arrestados el 13 de agosto y no pudieron encontrarse con la Virgen como lo hacían el día 13 de cada mes, Jacinta sufría porque quizás no volvería a ver a su madre. Francisco en cambio, sufría porque no vería a la Virgen en la cita que se habían dado en Cova de Iria. “Francisco nos enseña a captar lo esencial de la vida y vivir a partir de esto. Nos enseña que dar prioridad a lo accesorio por encima de lo esencial trae mucho sufrimiento”.

La hermana Ângela señala cómo los tres pastorcitos tenían dones diferentes y recibieron de manera diversa el mensaje de la Virgen. Francisco al principio no pudo verla. Luego la veía y la escuchaba. Lucía la veía, escuchaba y hablaba. Jacinta por su parte la veía y escuchaba pero no le hablaba.

“Aparentemente pareciera que Francisco era el menos favorecido pero para él eso no fue un problema. No se sentía desvalorizado”, admite la postuladora para su causa de canonización. “Ese era su papel en este mensaje así como fue diferente el papel de Jacinta y Lucía. Cada uno aceptó su condición con alegría y humildad”. Una actitud que da una gran lección “en un mundo competitivo donde tenemos que ser el mayor, el mejor, el más inteligente”. “A veces, también en la Iglesia hay competencia envidia y celos y eso lo decimos con pena”, acentúa la hermana Ângela.

Por eso Francisco “nos lleva a centrarnos en lo esencial, a desarrollar la intimidad con Dios, a no perder el horizonte de vida y a aceptar nuestra condición de seres amados por Dios y a sentir que eso es lo más importante. Aceptar los dones como somos, nuestra historia, sabernos amados por Dios y que ese amor me invite a amar y no a centrarme en mi misma”.

Cuando el pequeño estaba agonizando y Jacinta todavía vivía, Lucía le encomendó muchas intenciones para el momento en que llegara al cielo. Él, con sinceridad e inocencia le respondió: “mejor pídele a Jacinta porque tengo miedo de olvidarme. Cuando vea a Jesús solo voy a querer consolarlo”.

Por su parte Lucía dos Santos, la tercera de los pastorcitos y también la mayor, tuvo la misión de vivir muchos más años en este mundo. Ella murió en el año 2005 a los 98 años en el convento del Carmelo de Santa Teresa de Coimbra, donde entregó su vida como religiosa contemplativa. Sor Lucía asistió a la ceremonia de beatificación de sus dos primos, celebrada en Fátima el 13 de mayo del año 2000 por el hoy San Juan Pablo II, quien dijo en su homilía:

“La Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas (Francisco y Jacinta) que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos”.

 

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