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“El Círculo”: La intromisión tecnológica al máximo nivel

En 2013 una veintena de publicaciones, empresas y asociaciones coincidieron en señalar como “Libro del Año” la novela con la que Dave Eggers recogía lo que ya estaba consolidándose en el mundillo tecnológico como un signo de los tiempos: la omnipresencia digital y la multidifusión virtual de nuestra esfera personal.

Le bastó aderezar la historia de ese viaje del héroe (de la heroína, en este caso) que se adentra en una poderosa empresa a caballo entre Apple, Facebook, Google, Amazon, Microsoft y alguna más para centrar el tiro en lo absorbente de estas nuevas “mejor empresa en la que trabajar” que suponen para muchos un destino laboral paradisíaco para que no surgiesen dudas sobre el poco tiempo que tardaría hasta que la historia se llevase al cine. Y esta semana se ha estrenado la película que adapta “El Círculo”.

Quien sea fiel seguidor de la serie británica Black Mirror, cuyos capítulos independientes, autocontenidos y autoconclusivos ya hemos analizado anteriormente en Aleteia, probablemente no se quede tan sorprendido como la generalidad de los espectadores que sin duda afrontarán el visionado de El Círculo sin mayores referencias a la ficción audiovisual que toma como argumento los peligros de la intromisión tecnológica en nuestras vidas, pero aun así merece la pena adentrarse en este círculo que ya desde el nombre dejaba entrever la ominosa presencia de un elemento absorbente a cuyo servicio se ponen gustosos los acólitos.

Y esa quizá sea la más importante advertencia, la de ponerse uno mismo al servicio del peligro.

La empresa El Círculo, en la que empieza a trabajar el personaje de Emma Watson y dirigida por el carismático personaje al que encarna Tom Hanks, plantea un entorno único como sistema operativo nuclear para móviles, tablets, ordenadores, televisores inteligentes… mientras que ofrece estos propios dispositivos en los que además puede adentrarse el usuario en una red social única y definitiva que abarca todos los servicios que actualmente nos proporcionaría desde Gmail, Skype o Dropbox hasta Facebook, Twitter o Instagram. Todo en un único lugar, con una única contraseña para todo.

El punto de inflexión llega cuando El Círculo presenta una revolucionaria microcámara del tamaño de una canica, capaz de ubicarse en cualquier lugar sin que pueda ser detectada pero ofreciendo en tiempo real a todo el planeta lo que sucede a su alrededor.

El fin de la intimidad no se ve como una amenaza puesto que ya se encargan en la trama de advertirnos que “los secretos son mentiras” al tiempo que alientan a compartir universalmente todo lo que nos pasa y todo lo que tenemos alrededor para que así todo el mundo (todo el que está conectado a El Círculo, al menos en la ficción un 85 % de la población) pueda preocuparse de lo que nos sucede y animarnos o compadecernos.

El trasfondo moral de esa transparencia digital es que nos comportamos mejor cuando hay alguien contemplando nuestros actos.

Un “Dios te ve 2.0” que como nos desvelará el transcurso de la película mostrará su punto flaco donde quizá era esperable: la falibilidad humana como espectador omnipresente y omnisciente no puede compararse al concepto divino de un Ser Supremo que, en lugar de constreñir nuestros actos, nos dota de un libre albedrío del que poder gozar sin esperar a cambio la recompensa de la validación ajena de nuestro semejantes en forma de lluvia de “me gusta”.

Quizá por eso aunque está nueva herramienta tecnológica de apariencia todopoderosa nos parezca la respuesta definitiva a nuestras plegarias nunca debemos perder de vista que la herramienta vale lo que la intención de la mano del hombre que la maneja.

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