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Ellos viven en una antigua abadía

Querían una casa grande donde vivir con sus tres hijos y poder recibir a los primos de Polonia y, por supuesto, a los amigos. Toda una Polonia en miniatura, este rincón de la región francesa de Touraine era perfecto para que se instalaran, ya que en el entorno habitan muchas parejas. Cada una tiene su casa y el verano propicia grandes reencuentros familiares en los que se mezclan y divierten varias generaciones.

La propietaria del lugar, que es decoradora, ha puesto todo su corazón y su talento en crear un entorno acogedor y cómodo para todos los niños y padres que vienen. La casa está pensada para facilitar las grandes aglomeraciones. La colaboración de un arquitecto ha permitido aportar al lugar su espíritu abierto. La abadía tenía en la planta baja grandes habitaciones que fueron divididas en el siglo XIX. Con la intervención, se redescubrieron estos espacios.

Las paredes de la planta baja están cubiertas de cal y todas las cortinas, elegidas con cuidado, son de telas indias. La decoración que destaca los recuerdos familiares se exhibe en el conjunto deliberadamente contemporáneo para permitir a los jóvenes proyectarse en un nuevo entorno.

A la propietaria, muy viajera, le encanta el mestizaje de estilos, las mezclas de materiales y de colores. Hay muchas influencias de Europa central, una colección completa de carteles polacos de los años 1960, cuadros de Krystyna Radziwill y algunos retratos de antepasados.

La hospitalidad y la comodidad son la guía del mobiliario del salón. Los objetos y los muebles vienen de anticuarios parisinos, del mercadillo de Saint Ouen, o están fabricados a medida, como el aparador del comedor. Aquí no hay plafones, sino multitud de lámparas encantadoras de pantalla de tela que aportan a la casa su atmósfera particular.

El primer piso ha sido menos remodelado, pero el arquitecto ha utilizado los espacios pequeños para disponer multitud de cuartos de baño, todos realizados según el mismo modelo con duchas de mosaicos verdes. Las habitaciones son de un blanco grisáceo con cortinas de lino liso, y son los muebles los que aportan el toque de color.

Los propietarios han garantizado también que sus valores puedan quedar expresados. De este modo, la casa se yergue bajo el patronazgo de san Antonio (puesto que la abadía era benedictina) y los propietarios han repartido por las habitaciones recuerdos personales, como una visita al Vaticano y un encuentro con Juan Pablo II.

En los días que hace bueno, la casa se abre ampliamente al jardín. En verano la vida gira en torno a la piscina, instalada en el antiguo huerto de los monjes. El espacio de la piscina está acondicionado con objetos reciclados: un sofá hecho con palés, colchones antiguos, mesitas de troncos de árboles…

La abadía ya no existe, pero su espíritu sigue habitando el lugar. Los benedictinos han dejado paso a la familia. Los monjes transmitieron inspiración a este apacible lugar y su recuerdo permite que los pensamientos fluyan suavemente como el río que corre detrás del jardín en este mágico rincón de Touraine.

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