Sacerdote católico salva a cientos de musulmanes en África
El P. Bernard Kinvi, quien radica actualmente en Togo y trabaja en el Hospital Juan Pablo II de esa nación africana, cuenta a Desde la fe que, desde que tenía 10 años, sentía la necesidad de ayudar a la gente de su alrededor.
A los 18 tuvo el deseo de dedicarse a Dios y convertirse en sacerdote con la finalidad de asistir a pobres y enfermos, razón por la que ingresó a la Orden de los Siervos de los Enfermos, los Camilos, lo que le ha permitido, desde el año 2014 a la fecha, salvar la vida de más de mil 500 musulmanes perseguidos por las milicias rebeldes.
El P. Kinvi, quien tiene sólo 32 años de edad, explicó que muchos musulmanes huyen de los grupos radicales, razón por la que él se dio a la tarea de acogerlos en la iglesia, aún a costa de su vida, obra por la se hizo a creedor al Premio l’Alison Des Forges.
Señaló que fue a través de los libros como conoció la vida de san Luis Scrosoppi, quien lo inspiró a ayudar a las personas enfermas. “En realidad no sabía nada de esta orden, pero las propias hermanas me explicaron su carisma y me gustó. Ellas no tenían una rama varonil, así que me hice camiliano, sin imaginar que un día me encontraría en medio de una guerra.
El Padre Kinvi también realiza labores en Bossemptélé, una ciudad de la República Centroafricana, donde cristianos y musulmanes habían convivido pacíficamente hasta que una fuerza rebelde musulmana, conocida como Seleka, tomó el control de varias ciudades, entre ellas la capital: Bangui. “El Presidente de este país firmó con ese grupo rebelde un acuerdo de paz, que no se respetó, y el conflicto entre cristianos y musulmanes volvió. Aunque ahora ha disminuido un poco, está lejos de terminar, ya que los rebeldes están adquiriendo armas más sofisticadas”.
Por otra parte, el sacerdote externó la decepción que sufrió tras la llegada a la zona de conflicto de los llamados Cascos Azules de la ONU, quienes tenían la encomienda de imponer paz y resguardar la seguridad de los habitantes; sin embargo, permitieron toda clase de saqueos por parte de Seleka, incluso a la propia comisaría; estos hombres armados también han matado y robado el ganado de los ciudadanos.
“La ‘paz’ militar que se intentaba impone desde Naciones Unidas dista mucho de alcanzarse; no se brinda ayuda a las personas torturadas y amenazadas de muerte. En la parroquia recibimos a los Cascos Azules; les procuramos su comodidad para que hicieran mejor su trabajo, pero lo único que hicieron fue transformarla en un lugar de prostitución; arruinaron el único generador de energía, y a la fecha estamos sin electricidad. Tuve que pedirles que se fueran, y fueron recibidos por Seleka y otros grupos rebeldes implicados con las masacres. ¡Nunca hicieron nada por la paz!”
Externó que, en el momento más fuerte del conflicto, reunió al personal del hospital y le dijo: ‘somos un hospital católico, tratemos a cada uno por igual, independientemente de que sea amigo o enemigo, o de que haya matado a un hermano o violado a una hermana’.
“Le dije a todos los miembros que si no estaban de acuerdo con eso, podían irse del hospital, pero la respuesta de todos fue positiva, y no se limitaron a decirlo con palabras, fue un auténtico compromiso. Hay muchas personas que odian a los musulmanes, pero también hay muchas que se niegan a matarlos, y en lugar de eso los ayudan escondiéndolos en sus casas. Yo les he dicho que los manden al hospital para que no arriesguen su vida, no puedo soportar la muerte de un hombre, todos somos humanos, y la religión no tiene nada qué ver”.
El P. Kinvi explicó que República Centroafricana es uno de los países más pobres del mundo, de manera que sus habitantes viven con hambre y se ven en la necesidad de cortar los árboles para hacer leña y venderla. “Como sacerdote, he tratado de comunicarles el mensaje de Laudato Si’ para la protección del medioambiente; pero es un trabajo lento y de mucha paciencia”.
Sobre el premio que recibió por haber salvado a miles de musulmanes, el P. Kinvi dijo que da gracias a Dios por permitir que el mundo sepa acerca de su modesto modo de salvar vidas, tanto en el hospital como en la misión. “El Señor me ha invitado y me seguirá invitando a defender los derechos humanos sin tener en cuenta las heridas de mi cuerpo. ¡Es espléndido amar y dar la vida por los amigos!”.
Artículo originalmente publicado por Desde la fe
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