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«La Puerta Santa se cierra, pero la misericordia permanece abierta de par en par»

«Aunque se cierre la Puerta Santa, permanece abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el corazón de Cristo». Lo dijo Papa Francisco en la homilía de la misa para la fiesta de Cristo Rey, después de haber cerrado, al inicio de la celebración, las hojas de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, por la que pasaron millones de peregrinos durante este año. Francisco invitó a «volver a descubrir el rostro joven y bello de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera».

El Papa, que concelebró con los nuevos cardenales «creados» en el Consistorio de ayer, sábado 19 de noviembre, recordó cuál es la verdadera «realeza» de Jesús, quien en la cruz se muestra «sin poder y sin gloria», y «parece más un vencido que un vencedor». La grandeza de su reino, explicó, «no es la potencia según el mundo, sino el amor de un Dios, un amor capaz de alcanzar y resanar cualquier cosa. Por este amor Cristo se abajó hasta nosotros, habitó nuestra miseria humana, sintió nuestra condición más ínfima».

De esta manera, siguió Francisco, «nuestro Rey se empujó hasta los confines del universo para abrazar y salvar a cada ser vivo. No nos condenó, ni siquiera nos conquistó, nunca violó nuestra libertad, sino que se hizo camino con el amor humilde que perdona todo, que espera todo, que soporta todo. Solo este amor venció y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte, el miedo».

Bergoglio  explicó que sería muy poco «creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que lo convirtamos en Señor de nuestra vida», sin acogerlo y sin hacer propio «su modo de reinar». Después recordó las diferentes actitudes frente al Nazareno: la del pueblo que se queda viendo mientras lo condenan, la tentación de «quedarse en la ventana», de «tomar distancias de la realeza de Jesús» frente «a las circunstancias de la vida o a nuestras esperanzas no realizadas», sin «aceptar hasta el fondo el escándalo de su amor humilde, que inquieta a nuestro yo, que incomoda». Después está la actitud de los jefes del pueblo, de los soldados y de uno de los ladrones crucificados, que se ríen de Jesús. «Le dirigen la misma provocación: “¡Sálvate a ti mismo!”. Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como hizo el diablo al principio del Evangelio, para que renuncie a reinar a la manera de Dios, y que lo haga según la lógica del mundo: ¡que descienda de la cruz y derrote a los enemigos!». Es decir «que prevalezca el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible».

«¡Cuántas veces —comentó Bergoglio refiriéndose a la actitud de la Iglesia—, también entre nosotros, se han buscado las satisfactorias seguridades que ofrece el mundo! Cuántas veces hemos sido tentados de descender de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito ha parecido una vía fácil y rápida para difundir el Evangelio, olvidando de prisa cómo actúa el Reino de Dios». Y Francisco invitó a volver a descubrir «el rostro joven y bello de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica de amor, misionera».

«La misericordia, llevándonos al corazón del Evangelio —continuó el Papa— nos exhorta también a renunciar a costumbres y hábitos que pueden obstaculizar el servicio al Reino de Dios; a encontrar nuestra orientación solo en la perenne y humilde realeza de Jesús, y no en la adecuación a las precarias realezas y a los cambiantes poderes de cada época».

El último de los ejemplos de actitud frente a Jesús es el del buen ladrón. «Creyó en su Reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, con sus pecados y sus problemas se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y sintió la misericordia de Dios: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Dios, si apenas le damos la posibilidad, se acuerda de nosotros. Él está listo para cancelar completamente y para siempre el pecado, porque su memoria no registra el mal hecho y no tiene siempre en cuenta los entuertos sufridos, como la nuestra. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus amados hijos. Y cree que siempre es posible volver a comenzar, volver a levantarse».

Francisco concluyó agradeciendo por lo que ha suscitado el Jubileo en el mundo, y recordó que «permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el corazón de Cristo». «Agradezcamos por esto y acordémonos de que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para convertirnos también en instrumentos de misericordia».
 

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