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Por qué el sexo es el alimento nutritivo del matrimonio

Los debates modernos sobre sexo demuestran la interpretación tan profundamente errónea que hacemos sobre él. Hablamos sobre sexo todo el tiempo, pero no significa que sepamos algo.

Piénselo: cuando surge el tema de sexo conyugal, a menudo se trata como una parte secundaria del amor verdadero en una pareja casada, por detrás de lo que se considera “más importante” (“romance”, “comunicación”, “servicio”).

Nos decimos a nosotros mismos que estas cosas, si se hacen bien, conducen a una vida sexual satisfactoria, pero que una vida sexual excelente no puede producirse antes. Los consejeros matrimoniales animan sistemáticamente a las parejas a que se centren en el comportamiento fuera del dormitorio para así fortalecer lo que hacen dentro de él.

Yo sostengo que la verdad es lo contrario, que el sexo es el alimento del matrimonio, y la principal fuente de energía y guía para el resto. El sexo no es el resultado de otros actos de caridad dentro de un matrimonio, es la causa de ellos.

Ser un cónyuge servicial, con energía para participar plenamente de las responsabilidades de la vida doméstica, que se siente tan obligado y enamorado como para convertirse en un completo sirviente del amor, es el producto de una unión íntima que solamente está completa en la cama de matrimonio. Esto se produce debido a lo que es realmente el sexo. Con solo una excepción, el sexo es la única forma en este lado del paraíso de que dos humanos puedan unirse sustancialmente.

La palabra sustancial, que aquí es técnica, significa la totalidad de la esencia humana, el alma y el cuerpo unidos, una unidad que hace que los humanos sean como son. La excepción es, por supuesto, la recepción de la eucaristía, donde nos unimos sustancialmente a Cristo en su cuerpo, sangre, alma y divinidad; y aunque es verdad que solo necesitamos recibir la eucaristía una vez a la semana, son innumerables los beneficios de recibir al Señor tan a menudo como sea posible, puesto que Él no es solo la cumbre, sino la fuente de nuestra vida cristiana.

El sexo en el matrimonio es precisamente eso: es la cumbre, la fuente y el impulso de todos los actos de caridad dentro del matrimonio, pues se trata de la comunicación sustancial entre dos humanos que se convierten literalmente en un mismo ser. Los cónyuges salen de sí mismos en la experiencia placentera más poderosa y pura posible (literalmente se abandonan al placer, pues la palabra éxtasis proviene del griego ex-stasis, que significa “estar fuera”). Al realizar este acto, se sienten más completos en su interior.

Esta vida placentera es divertida, pero no es un juego: cualquier amante que se precie lo sabe. El estremecimiento de la persona amada con una caricia requiere concentración y dedicación, sensibilidad hacia sus necesidades, humildad frente a su belleza, vulnerabilidad para recibir lo que se ha dado en forma de placer, resistencia (física y mental), consideración, práctica, anticipación, perserverancia, humor, tacto, deleite, risa, valor, paciencia y comunicación, entre otros.

No hablo aquí de metáforas, sino del acto físico en el dormitorio cuya excelencia se manifiesta especialmente en la respuesta fisiológica de ambas partes.

Ver el sexo de esta forma, como realmente es, hace que se aprecie como un entrenamiento para cualquier otra virtud que se pueda expresar en otras actividades dentro del matrimonio, como ayudar con las tareas domésticas, escuchar al cónyuge, ser vulnerable, indulgente, etc. El sexo conyugal es el acto supremo y más perfecto a través del que un marido y una esposa manifiestan que la mera existencia del otro es algo bueno, que desde lo más profundo de sus almas hasta la punta de los pies ambos ven al otro como la causa de un placer sin parangón. Si el sexo no significa esto, entonces es que no se está haciendo bien.

El matrimonio halla la fuente de la caridad en esta unión profunda, donde los límites entre los dos seres se desvanece sin perder así la identidad individual. De esta forma se argumenta la idea actual de que el sexo es “más” que algo físico. El sexo es algo más que lo físico, pero también es como decir que la crucifixión es más que algo físico: esto es cierto, pero también es falso, porque sin la crucifixión no obtenemos ningún bien espiritual.

Lo que se necesita en el matrimonio es mejor sexo y centrarnos en él: necesitamos perfeccionar el acto del sexo, en primer lugar, para un matrimonio perfecto, necesitamos aprender a dar y recibir placer y dejar que el acto físico de hacer el amor nos atraviese para abandonarnos sin reservas, de la misma forma que hizo Cristo en la cruz, y dejar que el poder del sacramento del matrimonio fluya en nuestros hogares y nuestra vida familiar.

El sexo es un regalo entre cónyuges. Alimenta, sustenta, estimula y dirige todo en la caridad dentro del matrimonio y en el mundo. El sexo inicia, sustenta y dirige a un matrimonio, en el momento en que se perfecciona, hacia la perfección de la caridad en el resto de actos.

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