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¿La vida es injusta contigo? Dios siempre cumple

La parábola del juez me habla de la insistencia que debo practicar. Sé que es necesario perseverar para conseguir lo que quiero. No basta con luchar un día, unas horas. No es suficiente un tiempo. Lo que deseo no llega sin esfuerzo, sin fidelidad.

¿Qué es lo que hoy quiero? ¿Por qué estoy luchando todos los días? ¿Soy capaz de pedir hasta el cansancio? Hoy Jesús me dice que Dios me escucha siempre:

“Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: – Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: – Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme. Y el Señor añadió: – Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

Dios me hará justicia. ¿Significa que hará realidad todos mis deseos?

Me encuentro con personas que creen en el mago de la lámpara maravillosa. Como si bastara con frotarla para conseguir que los deseos sean reales. No es así.

No todo lo que deseo lo obtengo. No siempre la justicia que me corresponde sucede. La vida no suele ser justa. Vivo injusticias, agravios, ofensas. Vivo el dolor de la infidelidad. Me gustaría que no fuera así, pero lo es.

Y la injusticia llena de amargura mi alma. Le pido a Dios que me haga justicia. Pero no sucede. Y creo entonces que la oración no tiene el poder que hoy Jesús me promete.

En ocasiones siento esa contradicción. Pido con todas mis fuerzas. Y hago caso a las palabras del apóstol: “Insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina”.

Soy fiel en mi oración. Insisto a tiempo y a destiempo. Me siento como la viuda importuna que no cesa de pedir buscando justicia. No me canso. Pido, suplico. ¿Vale de algo?

La petición en sí, la búsqueda, la insistencia, tienen un lado muy positivo. Me ponen en camino. Me llevan a luchar y dar la vida por lo que deseo.

No quiero caer en el desánimo. La esperanza es lo que mueve mi corazón.

Pido por la curación de los enfermos. Pido para que lo vivan con esperanza. Pido por la realización de mis sueños. Pido sin desfallecer.

Y si luego no salen las cosas como deseo, no me desespero. No me hundo. No reniego de ese Dios que no cumple sus promesas. Dios siempre las cumple.

Camina conmigo en medio de mi dolor. Sostiene mis pasos cuando me siento débil y desvalido. Me abraza cuando las cosas no salen como yo deseaba.

Todo es gratis. Todo viene de Dios. Quiero confiar en su presencia en mi vida. No pienso en los milagros que tienen que suceder.

Bastantes milagros ha hecho Dios con mi vida. Son milagros de conversión. Pero para eso hay que tener la actitud que leía el otro día:

“Aprender a recibir, recibirse a uno mismo y recibirlo todo de Dios. En la medida en que aprendemos a recibirlo todo de Dios podemos dar a los demás lo mejor de nosotros mismos”.

Quiero aprender a recibirlo todo de Dios. Confiar en su amor en medio de las tormentas. Dios a veces no cumple mis deseos literalmente, yo creo que los desborda.

Me permite agradecer por todos los dones recibidos. No me siento solo porque Él va conmigo en medio de mi camino. Y su presencia me levanta y sostiene. Ya no temo

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