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En lugar de criticarle, cuéntale cómo te sientes

Tanto en una relación de amistad, de matrimonio, entre hermanos o entre padres e hijos, la comunicación es siempre la destreza fundamental para evitar conflictos innecesarios, o manejar mejor los dramas inevitables, y por supuesto, para crecer en el amor y en la profundidad del vínculo.

Es cierto que nos comunicamos de muchas maneras, con gestos, con palabras, con el silencio… Incluso la actitud de nuestro cuerpo dice mucho de lo que sentimos y pensamos cuando estamos con los demás. Estamos comunicando cuando llegamos tarde o cuando nos quedamos más tiempo con el otro, cuando posponemos un encuentro o cuando simplemente lo evitamos. Pero sin dudas, es a través de las palabras donde descubrimos las formas más constructivas y las más destructivas de comunicarnos. 

¿Qué nos enseñan los expertos en comunicación interpersonal sobre cómo mejorar nuestras relaciones con los demás?

Escuchar atentamente sin interrumpir

Escuchar con mucha atención, mirando a los ojos, sin interrumpir antes de que el otro termine, permite que el otro se muestre en profundidad, se sienta amado y respetado, que lo que tiene para decir es importante y que lo recibimos sin ansiedades.

Y muchas veces interrumpimos al otro por “ahorrar tiempo” o por nuestra ansiedad por comprender o resolver el problema, pero paradójicamente perdemos más tiempo, porque quien no se siente escuchado suele usar argumentos reiterativos y da vueltas sobre lo mismo, además de que no logra abrirse ni expresarse distendidamente porque la ansiedad de quien lo escucha lo pone en estado de alerta.

Dejar que el otro se manifieste tal como es sin interrumpirlo con nuestros consejos, es escucharle de verdad y con interés, tratando de comprender lo que de verdad está diciendo y no lo que nosotros creemos que dice.

Antes de opinar o aconsejar, hay que asegurarse de haber comprendido

Una forma de saber si hemos comprendido es decirle al otro lo que hemos entendido, antes de dar nuestra opinión o aconsejarle, es decir, reformular nosotros lo que hemos escuchado. Por ejemplo: “Lo que me estás diciendo es que…”.

Allí la persona tiene la oportunidad de corregir o expresar mejor alguna idea o sentimiento confuso y de comprender realmente lo que ha dicho. Aquí la persona escuchada tiene la oportunidad de ser más clara y comprendida con mayor precisión.

Esta actitud nos previene de distorsionar lo que escuchamos y de caer en la tentación de adelantarnos con prejuicios y suposiciones nuestras, para poder llegar al corazón de lo que el otro nos quiere decir, que a veces no coincide con la literalidad de las palabras que utilizó.

A veces ayuda repreguntar, o pedirle que aclare algo que no hemos comprendido bien o que podemos malinterpretar. No pocas veces estamos más atentos a lo que significan ciertas palabras para nosotros y a lo que nosotros ya pensamos que el otro dice, que a lo que realmente quiere tratar de comunicar.

Si cuando el otro me dice algo, ya estoy pensando que tengo la interpretación de lo que está queriendo decir, muchas veces hasta pensando mal, no sabré nunca que fue realmente lo que quería decirme.

¿Y si no estoy de acuerdo con lo que escucho?

Después de haber escuchado, si no estamos de acuerdo en algo, no es conveniente comenzar diciendo: “Pero no es así”, o “No estoy de acuerdo”, porque la persona siente que rechazamos la totalidad de lo que ha dicho y tampoco escuchará lo que tengamos para decirle con atención.

En cambio, si comenzamos por mostrarle cuánto le comprendemos, nos ponemos en su lugar y le compartimos en aquellas cosas en que estamos de acuerdo, podemos luego decir, “hay algunas cosas que no estoy de acuerdo y te explico la razón, que tal vez te ayude a ver el asunto desde otra perspectiva…”.

Así damos lugar a compartir nuestra opinión, pero mostrando que es para ayudarle a ver el asunto desde otro lugar, no con la intención de contradecirle como si solo nos importara imponer nuestra opinión. Mostrarse comprensivo no quiere decir estar siempre de acuerdo, sino comprender de corazón y en confianza mostrar si disentimos con paz y tranquilidad, ofreciendo nuestro parecer, no imponiéndolo.

También es importante expresar nuestro parecer sin imponerlo. Una cosa es decir “yo creo que”, o “a mi me da la impresión”, lo cual muestra con respeto otra mirada y deja abierta la puerta para que el otro piense distinto.

En cambio, si decimos lo que pensamos como verdades absolutas y cerradas, volverá inflexible la comunicación y cada uno se cerrará en su posición. Incluso a veces después de afirmar algo dogmáticamente: “Esto es así, es obvio”, luego queremos recomponerlo diciendo: “era solo una opinión”. Es mucho mejor empezar aclarando que diremos algo que nos parece, pero no tiene por qué ser así.

Por otra parte, no es lo mismo decirle a alguien “Sé que estás enojado”, que decirle “Me parece que estás enojado”. El incluir “me parece”, deja abierta la puerta al diálogo y la comprensión del otro.

Conversar de un tema a la vez: no dispersarse

La profundidad de una conversación requiere no saltar de un tema a otro, porque así no se avanza en ningún sentido, ni tampoco se resuelve nada. Profundizar en una misma cuestión, encontrando sus matices y analizándolo desde más de una perspectiva nos ayuda enfocarnos en lo importante.

Si uno de los dos se desvía con facilidad, hay que sencillamente retomar el tema diciendo: “Bien, pero volvamos a lo que nos interesa”.

Si se trata de la relación, empezar por uno mismo

Hablar de las propias debilidades con quien amamos no es autorreferencialidad, sino compartir lo que nos sucede a nosotros en lugar de juzgar o criticar al otro. No es bueno hablar del otro como si fuésemos los dueños de la verdad sobre sus pensamientos.

De lo que podemos hablar con certeza es de lo que nosotros pensamos o sentimos, no de lo que el otro piensa o siente.

Fácilmente juzgamos diciendo a los demás que sabemos lo que sienten o piensan, cuando eso no es cierto. Lo más fácil es decirle al otro lo que hace mal, pero lo más importante -y difícil- es reconocer nuestros errores y darle a conocer al otro lo que realmente nos sucede.

Muchas veces cuando algo nos molesta, en lugar de decir lo que nos pasa, directamente acusamos al otro sin saber su intención, además de que si lo juzgamos solo se defenderá.

Por ejemplo, si un esposo le dice a su esposa después de una reunión con amigos: “Acaparaste toda la conversación”, ella solo se defenderá porque está siendo acusada de ser el “centro de atención”.

En cambio, si él le dice expresa como se sintió sin acusarla: “Me sentí solo en la reunión”, ella seguramente no se defienda por no sentirse acusada y trate de comprender qué podría evitar para que él no se sienta solo.

O si un hijo le dice a un padre: “No te importo”, el padre tratará de justificarse y defenderse echando en cara todo lo que hace por él, en cambio, si le dice “No me siento querido”, seguramente en lugar de defenderse, hará todo por cambiar ese sentimiento.

Mostrarnos vulnerables con los que amamos en lugar de juzgarlos es el mejor camino para una relación donde reine la confianza y donde nadie se sentirá solo.

Si vas a criticar, nunca digas “siempre”, sino “a veces”.

Es mucho más fácil de aceptar que a alguien se le diga: “A veces te olvidas de lo que te digo”, que si le dicen: “Siempre te olvidas de lo que digo”. No es lo mismo decir: “Nunca me escuchas”, que decir: “Hay veces que no me escuchas”.

Obviamente a quien le digan “siempre” o “nunca”, responderá “eso no es verdad”, y es que seguramente tenga razón en defenderse. Que alguien cometa un error a menudo no es lo mismo que lo haga siempre.

Quien es acusado de hacer mal algo “siempre”, nunca lo reconocerá porque entiende que es exagerado el juicio y se cerrará al diálogo. En cambio, cuando le dicen “hay veces que…”, querrá entender qué hace mal para mejorarlo.

Expresar libremente todo lo positivo

No hay que adular a los demás diciéndole cosas que realmente no pensamos, ni por compromiso o para hacerle sentir bien con hipocresía. No tendría ningún sentido mentirle a quien amamos. Pero no cuesta nada, y hace mucho bien que en cada oportunidad que tengamos elogiemos a quienes amamos, reconociendo lo que hacen bien, sus virtudes y sus gestos de amor.

Hacer explícito las cosas buenas que el otro hace, refuerza su comportamiento positivo y alegra el corazón de ambos. Nos hace mucho bien que nos digan cotidianamente las cosas positivas que ven en nosotros.

Todas las personas sufren más por autoestima de lo que solemos imaginar y por ello nunca será excesivo cualquier elogio sincero, especialmente de las pequeñas cosas de cada día.

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