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La resurrección muestra el triunfo de la Misericordia

La Resurrección es un misterio del triunfo de la misericordia divina sobre la miseria humana. Cuando el Padre resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, la humanidad humilde no fue superada, superada ni disminuida. En cambio, todo lo que es bueno, santo y verdadero acerca de esta vida fue rescatado de la futilidad y la muerte.

La contemplación cristiana contempla esta victoria y por la fe permite que el esplendor de la mañana de Pascua bautice al creyente nuevamente.

La oración de la fe ve que la resurrección de Cristo de los muertos tiene los primeros frutos de una asombrosa obra de Dios. El Señor resucitado anima esta obra de la nueva creación como una fuente de gracia, una fuente ilimitada de amor divino fluyendo en nuestros corazones resecos.

Aquellos que beben de estas aguas vivas ya no son prisioneros de la vida agonizante que ahora vivimos. La oración humilde bebe esto y descubre la fecundidad escondida de Dios. Así como Jesús resucitó de los muertos, la oración cristiana se levanta en la fe.

Creer que Jesús resucitó de los muertos es levantar nuestros corazones al Señor y tomar nuestra posición en que el firme terreno que conoce el mal, no es la última palabra sobre nuestras vidas.

Esta fe puede ser probada por nuestra mediocridad y repetidos fracasos, pero si no negamos a Cristo, Él no nos negará, sino que Su fidelidad a nosotros se revela en nuestras luchas para ser fieles.

La humanidad resucitada de Cristo es la levadura misma de la oración para que, incluso en las profundidades de nuestras luchas más amargas, la oración se eleve a Dios. Por su pasión y muerte, Cristo cosió en el misterio del pecado, el misterio de la gracia.

El misterio de la gracia hace que todas las cosas sean nuevas, de modo que aun cuando no nos alcancemos, volviéndonos al misterio de la misericordia, siempre podemos hacer un nuevo comienzo. En esta obra de gracia, es el amor inagotable de Dios y no nuestros fracasos que definen quiénes somos. Él nos levanta continuamente.

La oración está basada sobre la gracia, la gracia que fluye de las heridas de Cristo. Este don absoluto confiado a la humanidad sólo puede ser acogido con humildad. Es el don del amor misericordioso de Dios que obra en nosotros.

La oración reflexiona sobre las dimensiones del amor misericordioso, un amor sufriente traspasado al corazón sobre la difícil situación de otro. Dios es atravesado por la difícil situación de cada uno de nosotros. Por eso Él no podía soportar que sufriéramos solo.

Para mostrarnos cuánto Él se ha implicado en nuestra miseria, Él sufrió la muerte en la Cruz por nosotros. Para que pudiéramos conocer nuestra dignidad, nuestra libertad, la verdad salvadora acerca de quién es y dónde estamos ante Él, Cristo drenó a la escoria la copa de nuestra miseria, atesorando cada gota porque Él atesora a cada uno de nosotros aún más.

La oración es la respuesta de un corazón que se conmueve con gratitud por este regalo inestimable y, en esta gratitud, abre el corazón para ser como el de Dios: atravesado por el amor.

La contemplación cristiana toma todo esto por la fe. En el amanecer del Tercer Día, llegamos a saber cómo ningún pecado, ninguna adicción, ningún defecto, ninguna debilidad, y ninguna otra carga de culpa puede dominar o agotar el amor de Dios en el trabajo en los que creen.

Este sufrimiento amor es la verdad y esta verdad es lo que nos hace libres. Incluso cuando los creyentes se dejan caer de nuevo en la esclavitud del pecado, el mismo pensamiento de esta nueva libertad provoca un anhelo de volver a la vida de fe.

Esta es una libertad santa llena de la inefable libertad de Dios, una libertad para retroceder, retroceder, redescubrir el abrazo del Padre. Es una libertad que se expresa en la conversión del pecado y la renuncia a cualquier cosa que amenace nuestra dignidad como hijos e hijas de Dios. Es una libertad para buscar la bondad y la misericordia de Dios una vez más.

Rezar en esta libertad es mantener la vigilancia con los ojos del corazón para que con cada respiración, en cada momento, podamos contemplar un amor mucho más fuerte que cualquier forma de esclavitud o incluso la muerte.

Una nueva sangre viva anima los espíritus de aquellos que viven por tal fe contemplativa, de modo que aun cuando sufren la muerte, la vida que los hace vivir sólo se hace más fuerte. Aquí, precisamente porque están más plenamente vivos, su alabanza se hace aún más hermosa.

Desplegando todo tipo de formas asombrosas en el espacio y el tiempo en la vida de aquellos que confían en el Señor Resucitado, esta iluminadora obra de amor trae lo único realmente nuevo que nuestra vieja y cansada existencia ha conocido.

Aquí, la oración que se deja cautivar por la frescura del amor misericordioso pone una verdadera palabra de esperanza para un mundo desalentado.

La oración cristiana se extiende a través de los vastos horizontes del amor, iniciados por Cristo, en la pobreza humana. La oración misteriosa del Señor, una oración que implica toda su sagrada humanidad en el amor misericordioso, produce una vulnerabilidad radical y una completa confianza en la bondad y la sabiduría del plan del Padre en cada situación, por difícil que sea.

Aquí, la oración de la Palabra hecha carne no es meramente un ejemplo para nosotros seguir. Su oración es un nuevo principio que anima el grito de reconocimiento y amor que vive en la Iglesia y resuena a través del cosmos en todo el universo, en la Iglesia y en nuestros corazones.

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