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Sands of silence: contra la plaga del abuso y la explotación sexual

Las activistas de los derechos humanos han aprendido que la cámara es una de las mejores armas en su arsenal contra la injusticia. El afortunado encadenamiento de fotogramas es una ametralladora que moviliza conciencias.

Sands of Silence (2016) ha ganado ya numerosos galardones internacionales. Entre ellos el de mejor documental en el Awareness Film Festival californiano y el premio especial del Festival de Málaga a la lucha por los derechos de la mujer.

Chelo Álvarez-Stehle, su directora, ha tardado ocho años en prepararlo. Ha seguido la pausada técnica del bordado, y el producto se le ha ido transformando entre las manos.

Inicialmente nos informa de la explotación sexual de las mujeres y los niños en el mundo. Se centra especialmente en dos historias descarnadas de explotación y opresión sexual, trata de blancas, esclavitud sexual e increíble resiliencia: la de Anu en Nepal y la de Virginia Isaías en México.

Sin embargo, a medida que avanza el metraje, el mundo de los abusos a menores va mostrando su ubicuidad y su carácter de plaga hasta transformar la propia existencia de Chelo, que se aparta de la tercera persona y pasa al retrato íntimo.

La epidemia se cuela primero en su familia de la mano de su hermana Marián, que, siendo niña, fue tocada y besada por un desconocido en un toldo en la playa de Zarauz. Después es su prima Lola la que confiesa haber sido molestada por un cura en su pubertad. Incluso su cuñada tiene historias truculentas que contar a ese respecto, cosa que, según nos cuenta, le ha dificultado mucho las relaciones amorosas y de amistad a lo largo de su vida.

De este modo, trenzando su propia biografía con la de las mencionadas activistas contra la explotación sexual y el tráfico, tanto de mujeres como de niños, una en California y la otra en Nepal, Chelo se convierte en la protagonista final del filme. Los relatos de sus familiares, las sobremesas de domingo en Logroño, hacen emerger en ella sus propios recuerdos.

De ahí que terminar el documental le cueste dos años de terapia que culminan con la escritura de una carta ante las cámaras, dirigida al director espiritual que tuvo cuando adolescente en su Logroño natal; en ella le reprocha los tocamientos y los besos húmedos que le daba, abusando del poder que le habían conferido sus padres en su educación.

Terminado el documental, a uno le queda la sensación de que ha estado ciego, y, además, le quedan claras un par de cosas:

Primero, que el silencio que se cierne sobre estos temas es un oscuro bálsamo hecho de vergüenza, miedo y falsa culpabilidad, que solo favorece a los depredadores sexuales que se aprovechan de la debilidad y de la fragilidad, así como de determinados tabúes sociales.

Segundo, que, según la Unión Europea, 1 de cada 5 niños en el mundo sufre abusos sexuales en sentido amplio. O sea, que se hace necesario escuchar y hacer escuchar las voces de silencio, dejándolas entrar en todos los foros, e incluso en nuestras casas. Sólo así se podrá identificar a las víctimas, que siguen surgiendo como un inmenso continente desconocido. Solo así podremos ayudarlas y hacerles justicia.

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